martes, 3 de enero de 2012

LAS 3 GRANDES VERDADES



Establecidas hace muchos milenios en la antigua India y en el antiguo Egipto, son todavía verdades del presente y lo serán del futuro:

1.- El alma del hombre es inmortal y su porvenir es el destino de algo cuyo crecimiento y esplendor no tiene límites.

2.- El principio que da la vida mora en nosotros, es imperecedero y eternamente benéfico. No se le ve ni se le oye, ni se le huele, pero lo percibe el hombre anheloso de percibir.

3.- Cada Hombre es su propio y absoluto legislador, el otorgador de su gloria o de sus tinieblas, el determinador de su vida, el que decreta su propio galardón o castigo (si es que asi se quiere definir). En otras palabras cada quien es el Arquitecto de su propio destino, y/o Creador de su REALIDAD.

Estas verdades, tan grandes como la vida misma, son tan sencillas como la más sencilla de las mentes humanas.



LA DOCTRINA SECRETA


CAPITULO IV del libro "LOS ARQUITECTOS"

(JOSEPH FORT NEWTON)


LA DOCTRINA SECRETA


“Dios nos ampara siempre contra las ideas prematuras”, dijo Emerson, y debería haber añadido que también la naturaleza, porque ésta guarda celosamente sus secretos hasta que el hombre es digno de que se le confíen, por temor de que, irreflexivamente, acabe consigo mismo. Quienes profundizan en los misterios de la naturaleza, no lo hacen porque la verdad sea una cosa lejana, sino porque, al seguir la disciplina de la investigación, se aprestan para encontrar la verdad y se hacen dignos de recibirla. 

Los grandes instructores de nuestra raza han creído que la verdad es un trofeo que hay que conquistar y no un don que se debe otorgar. Hay cosas que no se pueden ni deben decir a todo el mundo; porque la verdad nos confiere poderes que, si se utilizan mal, son dañinos. El mismo Jesús tenía un pequeño número de discípulos a los que confiaba sus secretos, hablando a los demás en parábolas misteriosas en las que velaba la verdad (Mateo, 13-10, 11). San Clemente de Alejandría cita en las Homilías unas palabras que indican cual fue el método de Cristo: “Y Nuestro Señor no dijo por mala voluntad que “Mi misterio es para mi y para los hijos de Mi casa” (Unwritten Sayings of our Lord, David Smith, VII). Las enseñanzas secretas de que habla el Maestro, han llegado a ser conocidas juntamente con las artes de la cultura espiritual, con el nombre de Doctrina secreta o Sabiduría Oculta. La tradición ha sostenido constantemente que, tras de los sistemas de fe aceptados por las masas, se ocultaban enseñanzas más profundas, de las que únicamente participaban quienes eran dignos de comprenderlas. 

La expresión externa de la doctrina secreta ha sufrido muchos cambios, valiéndose ora de unos símbolos, ora de otros; pero su doctrina fundamental se ha conservado intacta, lo cual no podía por menos de suceder, porque la mente humana llega siempre a las mismas conclusiones fundamentales. Por esta razón los que tienen ojos para ver no encuentran dificultad alguna en penetrar en los velos proteicos del lenguaje e identificar las verdades que ocultan; confirmando de este modo en el arcano de la fe la unidad de la mente humana y la unidad de la verdad, doctrinas descubiertas anteriormente en formas más primitivas. Hay quien opina que las verdades trascendentales no deben conservarse en secreto. Por esta razón no quiso iniciarse Demonax, quien decía que si los misterios fueran malos los combatiría, y que si fueran buenos, consideraría deber suyo proclamarlos. Esta objeción es, sin embargo, tan insensata como poco meditada, pues el secreto en tales asuntos es inherente a las verdades mismas y no patrimonio exclusivo de unos pocos elegidos. La única condición precisa para conocer las cosas elevadas es la capacidad personal. Quienes están capacitados descifran la doctrina secreta; pero es inútil que la verdad se pregone desde las azoteas si los que la escuchan no la comprenden. A pesar de que los Misterios Griegos eran ocultos nadie ignoraba su existencia, de forma que el vulgo sabía que podía aspirar a conocer una fe más inteligente que la suya, dependiendo la admisión en ellos únicamente del buen deseo de los aspirantes y de su voluntad por conocer la verdad. Recordemos que, cuando el discípulo está preparado, encuentra a su maestro, el cual le enseña la verdad que antes no podía conocer por falta de aptitud o de voluntad. 

Pero el misterio no tiene relación alguna con la mistificación ni con la costumbre de muchos de velar lo que debe aclararse. En esto estriba el motivo verdadero de resentimiento contra la Doctrina secreta y, es innegable, que no le falta razón a quien tal afirma. Por ejemplo, se dice que, desde que el hombre comenzó a buscar la verdad, existe una secreta fraternidad de iniciados, conocedores de la doctrina secreta, que guardan las elevadas verdades, infundiéndolas de un modo difuso en las religiones populares, pues consideran al resto de la raza demasiado obtuso para comprenderlas. Estos misteriosos sabios, supongamos que lo sean, contemplan a la humanidad ávida de aspiraciones como si fueran los pacientes maestros de una escuela idiota a la que permitieran vagar eternamente en busca de salida, mientras ellos se sentarían en un lugar apartado, guardando las claves de lo oculto (Entiéndese por ocultismo la creencia en que se pueden manejar ciertas clases de fuerzas que no son naturales, ni supranaturales, sino más bien preternaturales, para fines más o menos buenos. Algunos dan tal extensión a esta palabra que engloban en ella el misticismo y la vida espiritual; dándpla un significado insólito e ilegítimo, pues el ocultismo se esfuerza por conseguir, por lograr cosas, y el misticismo en dar, en entregarse. El primero es audaz y exclusivo; el otro, humilde y amplio, por lo cual no debemos confundirlos. - Mysticism, por E. Underhill, parte I, capítulo VII -), lo cual si fuera cierto, no dejaría de pasmarnos. Pero afortunadamente ésta es sólo una de tantas ficciones, con que los traficantes del misterio se entretienen a sí mismos, mientras engañan a los demás. No es de extrañar, pues, que los hombres sensatos hayan rechazado semejantes locuras con mezcla de compasión y de disgusto. Siempre han existido sabios en todos los países y épocas y, su sabiduría, ha tenido la unidad inherente a todo elevado pensamiento humano; pero es absurdo que haya existido una fraternidad de hombres sabios que, más o menos conscientemente, guardaran secretas verdades, que rehusaban dar a conocer a los demás humanos. 

En realidad, la llamada Doctrina Secreta no difiere ni un ápice de todo cuanto han enseñado abiertamente y sin secreto alguno por medio de palabras o velándolo en símbolos las almas más exquisitas de la raza. La diferencia estriba menos en lo que se enseña que en el método de enseñanza. No debemos olvidar tampoco que quienes llevaron a nuestra raza a las cimas más elevadas de la Visión, no aprendieron su doctrina en corrillo esotérico alguno, sino que, por el contrario, han sido hombres que han enseñado cantando lo que aprendieron por medio del dolor; iniciados en la verdad eterna, indudablemente; pero iniciados por la gracia de Dios y por el divino derecho del genio (Poco tiempo se malgastaría y no pocas confusiones se evitarían si tuviésemos presente este hecho obvio. Hasta el hermoso libro de Schuré Jesús, el último Iniciado - por no hablar de The Great Work y de la Mystic Masonry - es claramente erróneo. Lo mismo ocurre con la obra de Mills llamada Our Own Religión in Persia, en la que deliberadamente trata de demostrar la originalidad de toda la espiritualidad de la raza hebrea. ¿A qué religión nuestra se querrá referir Mills? ¿Será a la religión nuestra, a la única religión universal de la humanidad?. La diferencia existente entre la Biblia y los demás libros que tratan de Dios, de la Vida y de la Muerte, sitúa el genio hebreo en lugar tan preferente como al genio Griego en filosofía y su arte, y al romano, su poder de acción. Dejando aparte todas las teorías sobre la inspiración, es innegable que la Biblia es un libro sin par en la literatura de la humanidad). Videntes, sabios, místicos, santos, estos hombres son los que, habiendo buscado sinceramente, encontráronse con la realidad, y por eso su recuerdo es una especie de religión para todo ser humano. Algunos de ellos, por ejemplo, Pitágoras, se educaron en escuelas en que se enseñaba la Doctrina Secreta; pero otros, en cambio, hicieron solos el camino, y llegaron a las puertas de la Ciudad “conducidos por la esplendorosa visión”. 

Ahora se nos preguntará que por qué razón se da a tal doctrina el nombre de Secreta, cuando hubiera sido más adecuado aplicarle el calificativo de franca y libre. Por dos razones: la primera, porque en los tiempos primitivos los conocimientos innecesarios de toda clase eran peligrosos, y las verdades científicas y filosóficas, igualmente que las religiosas, que no estaban en boga entre la multitud, tuvieron que buscar la protección de la obscuridad. Si bien esta necesidad fue una oportuna ayuda para el astuto sacerdocio, no obstante ofreció el silencio que los pensadores y buscadores de la verdad necesitaban en aquellos tiempos lejanos. De aquí que se fundaran sistemas de enseñanza exotéricos y esotéricos, doquiera que el alma humana era espiritual, en los que se enseñaba la verdad a la luz del día u ocultamente. Los discípulos iban conociendo esta divina filosofía en iniciaciones graduales. Al neófito se le enseñaba por medio de símbolos, de obscuras parábolas y de un ritual dramático, fin y al cabo no eran más que sencillas doctrinas. 


La segunda razón es porque la doctrina oculta puede definirse como el secreto abierto del universo, porque las puertas del conocimiento están abiertas para todo el mundo, siendo la única condición necesaria para comprender determinadas enseñanzas el que el discípulo sea apto para ello. Lo que las hacía secretas no era una restricción arbitraria, sino únicamente la falta de intuición y de agudeza mental de la mayoría. Esto es tan verdadero hoy día como en la época de los Misterios, y seguirá siéndolo hasta que se acaben todos los seres mortales. La aptitud no se confiere; se adquiere. Sin ella las enseñanzas de los sabios parecen enigmas ininteligibles, cuando no contradictorios. La disciplina de la iniciación y su aplicación artística al drama y al símbolo, ayudó poderosamente a conseguir la pureza del alma y a despertar al espíritu, preparando a los hombres para recibir la verdad, pero jamás debió ir más allá. Por lo tanto, la Doctrina Secreta enseñada en los Misterios o en la Masonería moderna, es más bien una disciplina que una doctrina; es un método de cultura espiritual y, como tal, merece un lugar digno en las actividades humanas. 


Arturo Eduardo Waite es, quizás, el hombre más enterado del método y enseñanzas esotéricas. Simbolista, sino sacramentalista, estaba admirablemente dotado por su temperamento, su educación y su carácter para emprender con éxito semejantes estudios. Sus ocupaciones, que no le absorbían todo el tiempo, le permitieron con los años ir dominando la vasta literatura existente sobre estas materias, a cuyo estudio aportó su naturaleza religiosa, la precisión y pericia de un erudito, una seguridad y delicadeza de visión simpática y crítica, un alma de poeta y una paciencia tan inagotable como recompensada, cualidades que raramente se encuentran reunidas en una sola persona. Fecundo sin llegar a ser prolijo, escribe con gracia, facilidad y  lucidez, aunque, a veces, opulentamente, salpicaba sus obras con reflejos de las piedras preciosas de los antiguos alquimistas, de ancestrales liturgias, de remotas y obsesionantes fábulas, de secretas órdenes de iniciación y de otras recónditas fuentes, cuyo origen difícilmente se podría precisar. Sus páginas son monumentos de cultura serena y tolerante, y, si él es de los que cuando se enteran de que ha ocurrido un milagro en las cercanías, tiran por otra calle, es debido a que no necesita demostración externa de la verdad interna que él cree haber encontrado. 

Escribe Waite siempre con la convicción de que todos los grandes problemas derivan hacia el único que es verdaderamente grande: el hallazgo de aquella Verdad viviente que nos circunda por doquiera; y cree que toda la crítica erudita, el folklore y la filosofía no tienen utilidad alguna si no nos conducen al verdadero fin. Opina él que nuestra vida mortal es a modo de una eterna Búsqueda de esa Verdad viva, que toma múltiples formas y fases, aunque siempre es, en esencia, la misma aspiración. En su obra, trata de seguir los mil aspectos que toma la Búsqueda a través de la tradición, especialmente desde la era cristiana, desfigurada unas veces por la  superstición, y otras, por la intolerancia y el fanatismo; pero siempre conteniendo  secretamente la significación de la vida humana, desde el nacimiento del hombre, hasta su reunión con Dios al fin de la jornada. El resultado de este esfuerzo de Waite ha sido una serie de volúmenes de noble factura, escritos todos ellos con aspiraciones idénticas, únicos en su género por su valor y belleza incomparables (Hay quien opina que las mejores obras de Waite son las poéticas, contenidas en los dos volúmenes A Book of Mystery and Vision y Strange Houses of Sleep; en que se cantan con intensa emoción y preñados sentimientos la gloria del mundo y los encantos espirituales y sensitivos de la vida humana. Otros notables libros suyos son Steps to the Crown, Life of Saint-Martin y Studies in Mysticism). 

Allá por el año 1886, Waite publicó un estudio sobre los Mysteries of Magic, recopilación de las obras de Eliphas Levi, a quien Albert Pike debe más de lo que parece. Luego salió a luz la Real History of the Rosicrucians, en la que investiga cuáles fueron los hechos que originaron la fábula de esa fraternidad, cuya existencia ha sido tantas veces afirmada y negada. Como en todas sus obras, demuestra en ella su extraordinaria erudición y su excepcional experiencia en esta clase de investigaciones. Sobre el aspecto puramente cristiano de la Búsqueda, ha producido The Hidden Church of the Holy Graal, obra de extraordinaria belleza, de desconcertante valor, escrita en un estilo que no es el de nuestra época. Pero la Leyenda del Graal es tan sólo uno de los numerosos aspectos de la sagrada Búsqueda, que une los símbolos caballerescos con la fe cristiana. La masonería es otro de ellos; y creemos que nadie podrá superar la profundidad y la belleza de The Secret Tradition in Masonry de Waite, quien cree que la Masonería perpetúa los Misterios instituidos en la antigüedad. Su última obra The Secret Doctrina in Israel estudia el Zohar (Hasta la misma Enciclopedia Judía y eruditos tan versados como Zunz, Graetz, Luzzato, Jost y Munk salvan como pueden este galimatías, recordando la leyenda de los cuatro sabios “encerrados en el jardín”: el primero de los cuales miró en torno suyo y se murió; el segundo, perdió la razón; el tercero, trató de destruir el jardín, y sólo el último pudo escapar de él sin perder el juicio. Véanse The Cabala, de Pick, y The Kabbalah Unveiled, de Mac Gregor), o “Libro del Esplendor”, hazaña que ningún hebraísta se había atrevido a emprender. Esta Biblia del Cabalismo es tan confusa y desconcertante que sólo “un excelente basurero” tendría la paciencia de rebuscar sus gemas entre los montones de inmundicias, intentando ordenar un caos tan tremendo, pues hasta el mismo Waite sólo llega a vislumbrar el sol tras de la enmarañada selva de las múltiples imágenes. 

Ora la Búsqueda haya circundado el Cáliz de Cristo, ora se haya dirigido en pos de la Palabra Perdida, o haya buscado el proyecto que dejó inconcluso al morir el Maestro Arquitecto, siempre ha tenido de común lo siguiente : primero el recuerdo de una gran pérdida que ha sumido a la humanidad en el pecado, convirtiendo a nuestra raza en una hueste peregrina que busca sin reposar jamás; segundo, el indicio de que lo que se perdió existe todavía profundamente sepultado en algún sitio del mundo o del tiempo; tercero, la creencia de que ha de encontrarse por fin, restaurándose su gloria perdida; cuarto, la substitución de lo buscado por algo temporal que, sin embargo, no difiera de ello; quinto y aún más raro, el presentimiento de que lo perdido se encuentra al alcance de todas las manos oculto tras de numerosos velos. Lo cual es siempre lo mismo, a pesar de haber tomado múltiples formas, desde la del Judío Errante, hasta el viaje por el país de las hadas en busca del Pájaro Azul, símbolos todos ellos que representan la unidad de la raza humana y la identidad de sus necesidades, emblemas que nos dicen que los hombres deben buscar a Dios, “si en alguna manera palpando le hallan; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros; porque en él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos de los Apóstoles, XVII 26-28). 

¿Qué es, pues, esa Doctrina Secreta que todos buscamos y sobre la que ha escrito este famoso erudito tantas improvisaciones elocuentes y enfáticas?. Esa Doctrina Secreta es lo que todo el mundo busca: el conocimiento de Aquel cuya comprensión llena todas las necesidades humanas: la paternidad del alma con Dios; la vida de pureza, de honor, de piedad que exige tan elevada herencia; la unidad y fraternidad de la raza en cuanto a su destino y deber; y la creencia en que el alma es inmortal como su Padre Dios. Ahora bien, una cosa es aceptar esta doctrina como mera filosofía y otra muy distinta realizarla como experiencia de lo más íntimo del corazón. Nadie conoce la Doctrina Secreta hasta que ella se ha convertido en el secreto de su alma, en la realidad imperante en su pensamiento, en la inspiración de sus actos, en la forma, color y gloria de su vida. Venturosamente, ya no se oculta la verdad suprema como en los tiempos antiguos, lo cual es debido a que la inteligencia espiritual y el poder de la raza han progresado muchísimo. Además, si admitimos que el arte tiene la facultad de revelar y sorprender el espíritu fugaz de la Verdad, tendremos que admitir también que la Verdad representada en forma de drama es más vivida e impresionante, ya que fortifica la fe de los más fuertes e ilumina con un rayo de luz celeste el corazón entenebrecido de los fracasados. 

La Búsqueda no termina jamás, aunque algunos creemos que ya se ha encontrado la Palabra Perdida, de la única manera que puede encontrarse: en la vida de Aquel que fue “El Verbo encarnado” que vivió entre nosotros y cuya belleza y gracia todos conocemos. La Masonería es uno de los aspectos de la Búsqueda, y conserva la elevada tradicional doctrina de que los hombres deben unirse para ir en busca de lo único digno de ser hallado, con objeto de que cada cual pueda participar de la fe de los demás. La Masonería no tiene, aparte de sus ritos, misterio alguno que guardar, excepto el de todas las cosas sublimes y sencillas. Su gloria no se funda en ser oculta o secreta, sino por el contrario, en ser accesible a todo el mundo y en hacer hincapié en realidades tan necesarias al hombre como el aire y la luz natural. Su misterio es de un género tan alto que fácilmente pasa desapercibido; su secreto, demasiado sencillo, para que pueda encontrarse. 


Puede decirse que todas las Ordenes secretas no son otra cosa que la reminiscencia, o más bien, la supervivencia de la Casa de los Hombres de la sociedad primitiva, en la que se iniciaba a los hombres adultos en la ley secreta, en las leyendas, tradiciones y religión de su pueblo. Las recientes investigaciones han descubierto esta institución durante tanto tiempo oculta, demostrando que era el verdadero centro de la tribu, siendo la cámara del consejo, el lugar en que se legislaba y se celebraban las cortes y donde se guardaban los trofeos de guerra. No cabe duda de que la sociedad primitiva debió ser secreta, pues sino nos parece incomprensible. Todos los hombres eran iniciados. Los métodos de iniciación diferían según los lugares y épocas, pero, no obstante, guardaban entre sí cierta semejanza y tenían idénticos fines. Se exigían verdaderas ordalías, no sólo sometiendo a los candidatos a horrendas torturas físicas, sino también exponiéndolos a ser víctimas de espíritus invisibles, pues era necesario probar su virtud y su valor, antes de confiarles las doctrinas secretas de la tribu. Comprendían las ceremonias votos de castidad, de lealtad y de silencio y, casi universalmente, una representación mímica de la muerte y resurrección del novicio. Después de iniciarle en “la virilidad” se daba al iniciado un nuevo nombre y se le confiaba un lenguaje de signos, toques y señas. Sin duda alguna nuestros antepasados masónicos tuvieron en cuenta la idea de la necesidad de la iniciación, cuando afirmaron acertadamente que los orígenes de la Masonería se remontan a los primeros tiempos de la Historia. Sea como fuere, la Casa de los Hombres, con sus ritos iniciáticos y secretas enseñanzas, fue una de las grandes instituciones de la humanidad, actualmente perpetuada por la Masonería moderna. (Véase Primitive Secret Societics del Profesor Hutton Webster, si se quieren más detalles sobre la Casa de los Hombres primitiva). 


Extracto del libro "LOS ARQUITECTOS" 

del Q.·. H.·.  JOSEPH FORT NEWTON




UPANISHADS




LOS UPANISHADS 


Prologo:


 Los Upanishads son supremas visiones espirituales expresadas verbalmente entre los siglos ocho y cuarto antes de Jesucristo. A los primeros Upanishads se agregaron otros que se fueron componiendo hasta el siglo quince de nuestra era, ampliando o explicando las visiones primeras eternas; y su número aumentó hasta el punto que se han podido imprimir en sánscrito hasta ciento doce Upanishads. La colección completa casi iguala a la de los textos de la Biblia. Los dos Upanishads más extensos son el Chandogya y el Brihadarangaka, de unas cien páginas cada uno. Son tal vez los más antiguos. El más breve es el Isa Upanishad que sólo tiene dieciocho versículos y ocupa unas dos páginas de este libro. No es uno de los más antiguos, tal vez del tiempo del BHAGAVAD GITA unos cuatrocientos años antes de Jesucristo, pero debido a su cósrnica grandeza suele encabezar las colecciones de Upanishads en sánscrito en la India. En este libro hay traducciones completas de siete Upanishads, del Isa al Svetasvatara; y de los otros hay selecciones, escogidas por su elevación poética o espiritual. La palabra Upanishad se relaciona con la raíz sánscrita SAD, estar sentado. En el Sermon de la Montaña podemos imaginar a los discípulos sentados a los pies del Maestro escuchando el sublime Upanishad. El espíritu de los Upanishads lo encontramos en las Palabras del Evangelio “El reino de Dios es en vosotros”; y en los versos de San Juan de la Cruz cuando :


 El alma, en una noche oscura: Sin otra luz y guía, 
 Sino la que en el corazón ardía, 
 va a unirse con su Dios. 


 Anteriores a los primeros Upanishads tenemos en la India la creación de los Vedas, visiones poéticas y espirituales en las que la imaginación humana ve primero a los dioses y los expresa en creación poética, y después va avanzando hacia unidades más intensamente poéticas y espirituales hasta llegar al Brahmán único de los Upanishads, unidad suprema como la del Dios uno de Moisés, del Cristianismo y de la religión islámica. Así como San Francisco de Asís se dirige en canto sublime al Dios de la naturaleza y habla del “hermano sol, hermano viento, hermana agua y hermano fuego” los ve todos expresando la gloria de un Dios del universo, y por tanto, Dios del sol del viento, del agua y del fuego, en los Vedas hay la visión de un dios del sol, un dios del viento, un dios del agua y un dios del fuego, y la gloriosa poesía de estos y otros dioses. En los Upanishads la visión espiritual y poética va desde una diversidad hacia una unidad, y de los dioses a Brahmán, el Dios de todos los dioses, suprema unidad del Universo que reúne y supera su inmensa variedad. 

 Los creadores de los Upanishads fueron pensadores y poetas; y el poeta bien sabe que si la poesía nos aleja de lo que se llama realidad es sólo para elevarnos hacia una Realidad más alta donde, lejos de las limitaciones de un estar, encontramos la infinita alegría de un Ser. Estas creaciones están tan por encima de la curiosidad arqueológica de algunos eruditos como lo está la luz del sol por encima de sus definiciones. Necesitamos de la erudición para ir a buscar los frutos de sabiduría de los tiempos antiguos; pero es sólo una elevación espiritual que nos permite gozar de esos frutos y transformarlos en vida. El Brahmán del universo, el Dios trascendente de tiempo y de espacio, pero inmanente en el tiempo y en el espacio es, según los Upanishads, el mismo Ser nuestro y el Ser de todas las cosas. El Brahmán trascendente cuando es inmanente en nosotros se llama Atman. Son dos nombres para un mismo Ser: el Infinito se llama Brahmán, y el Infinito manifestado en lo finito y limitado se llama entonces Atman. En su eterna clarividencia los maestros supremos vieron un Infinito de unidad trascendente y al mismo tiempo un Infinito de variedad inmanente. 

Es el Dios expresado como el “Todo en el todo” de poetas, místicos y videntes, y después explicado, y a veces complicado, en teologías que son a la experiencia de algo eterno, lo que la gramática es a la poesía: un estudio y análisis intelectual, y no experiencia vital, Realidad de vida, una abstracción de pensamiento como son los números, ideas indispensables para cálculos, pero no cosas que podamos tocar con las manos exteriormente, aunque mucho menos impalpables ilusiones. Como nos dice y sugiere el Kena Upanishad, Brahmán o Atman, no es algo que se pueda ver, oír, gustar o tocar con los sentidos, no es algo que se pueda comprender, imaginar, o concebir con el pensamiento. Está más allá, de los sentidos y de todo pensamiento. Es un Amor hacia un más allá. Un Amor a quien se va por el camino del amor, y cuanto más puro y más intenso es el amor tanto más se ve y comprende y se siente y se vive el Amor infinito que es la causa de nuestro finito amor. Brahmán no se puede pensar con la mente; es: “Aquello que hace posible que la mente pueda pensar”. Uno de los mensajes de los Upanishads, explicado después en el Bhagavad Gita, es que sólo amando se comprende el amor, y no mediante explicaciones o definiciones: amar y saber son, al principio, divergentes, como los lados de un ángulo; pero a medida que se va subiendo por los dos lados, el saber comprende más al amor hasta que al fin son uno. 

El amor puro transforma el estar en un ser, y en tal sublime transformación, algo finito y temporal se ha convertido en algo infinito y eterno, lo mortal se ha convertido en algo inmortal. Es como el salir a la luz de dentro una cueva oscura, un despertar después de dormir, un momento de Eternidad y alegría suprema por encima de la ilusión de placeres que Pasan y dolores que Perduran, un ser consciente más allá de un estar inconsciente, un momento de vida tan intensa, tan absoluta, que permite una fe basada en experiencia, y no una creencia procedente de palabras y libros, si bien libros y palabras pueden ayudar al alma inflamada de anhelos; finalmente un momento de vida que permite a un San Juan de la Cruz decir: Que bien sé yo la fonte que mana y corre, Aunque es de noche. En el saber estudiamos la variedad de las cosas, las definimos y comprendemos, y así las dominamos: es la ciencia. Pero en el amor puro contemplamos las cosas sin deseo de posesión, sólo por el gozo de la contemplación: es la poesía. En el saber nos separamos de las cosas, hay un nuestro yo que estudia y la cosa estudiada; pero en el amor nos unimos con las cosas y en la alegría de la contemplación desaparece el sentido de posesión, de egoísmo y de destrucción. Un grandioso árbol milenario puede ser objeto de contemplación en silencio para el poeta, de estudio y gran actividad cerebral para el científico, un objeto de mero lucro para un comerciante que, sin consideración a la grandeza sublime del árbol milenario, está dispuesto a comprarlo, venderlo, y hasta quemarlo. ¡Cuando pensamos y analizamos, vemos las cosas en su variedad; pero cuando amamos, las vemos en su unidad. El saber amplía la vida tanto hacia el bien como hacia el mal, pero el amor puro la eleva siempre hacia el bien.

 Por eso es que el Katha Upanishad dice: “Quien ve la variedad y no la unidad muere una y otra vez”. El Mandukya Upanishad menciona un cuarto estado de conciencia: Ser puro, OM, Airnan, Dios. En el Chandogya Upanishad, encontramos una visión poética de la misma idea: hay en nuestro corazón un diminuto espacio y, sin embargo, en él moran el sol, la luna y las estrellas, existe todo el universo, “porque todo el universo es en Él, y Él es en nuestro corazón”. Esta idea sublime, tal vez la más sublime que ha concebido el hombre sobre la tierra, puede ser objeto de concentración, meditación, contemplación y unión: es la idea central de los Upanishads. La concentración es una forma intensa de atención. El pajarillo que busca un árbol para construir su nido, empieza por la atención y concentración. Después parece que considera, instintivamente, el lugar más seguro y protegido del árbol: es una meditación, superada cuando el hombre de ciencia considera el mismo árbol. En estas dos actividades intelectuales, o instintivas, hay un movimiento mental o cerebral.

 El poeta o el pintor Contemplan el árbol, aunque antes hayan dedicado su atención a su pensar. Contemplación es silencio interior. Los movimientos cerebrales, tal vez electrónicos, mentales, olas del mar de la mente, se van calmando los ruidos o sonidos exteriores o interiores desaparecen, y un silencio, más o menos intenso, parece que permite la luz del alma iluminar el objeto de la contemplación. Nos acercamos a lo infinito y a lo eterno. En un relampaguee de luz eterna, el Poeta o el pintor ven el árbol en contemplación. Es la visión. Después viene la creación, el dominio y la técnica de un idioma, o el dominio técnico del pintor, formando la base, el principio necesario para la expresión poética o artística. En la unión, el conocedor y la cosa conocida son uno en un momento eterno. El poeta o el pintor por un momento no ven el árbol, son el árbol, y su intensidad de ser depende de su intensidad de amor; y de su intensidad de visión depende la grandeza de su creación. La visión pura es una realidad suprema; Pero, desgraciadamente, al lado de la fe creadora hay el fanatismo destructor, al lado de la visión que eleva, hay la ilusión que transforma sublimes verdades y visiones espirituales, en bajas ilusiones. Toda visión real está por encima de la razón humana, pero la razón la admite y defiende. 

En cambio, cuando la visión es ilusión, está por debajo de la razón, aunque pueden cubrirla nubes negras tan oscuras que hacen difícil, sino imposible, que la luz del alma pura y de la razón clara pueda disiparlas. Los videntes de los Upanishads no crearon una religión. Su visión suprema es tan elevada que está por encima de religiones, de humanismos que quieren substituirla, o de actitudes científicas que quieren ignorarla, e infinitamente por encima de fanatismos, ilusiones e indiferencias humanas. Su visión está también por encima de ceremonias religiosas, teologías o filosofías; y presupone una visión creadora de la mente del hombre de donde Proviene todo lo espiritualmente puro, bueno y bello, y por tanto, verdadero, que haya o pueda haber en religiones, filosofías y teologías. Si la ciencia es una, la verdad espiritual tiene a lo menos que ser una. Afortunadamente el hombre moderno aspira a esta unidad; y la indiferencia o repugnancia humanas contra toda forma de fanatismo, intolerancia o superstición son, tal vez, expresiones inconscientes de los anhelos de bondad, verdad y belleza: anhelos de amor infinito que residen en el fondo de todo corazón humano, reflejando, como en un espejo, la luz de un Sol de Amor. El espejo del alma que, por naturaleza, es puro, limpio y clarísimo, puede sin embargo, encontrarse cubierto de nubes más o menos oscuras, resultado de pasadas o presentes desarmonías egocéntricas, y las nubes impiden un claro reflejo de la luz pura e impiden que el alma sienta el Ser Puro, la visión Pura y la pura alegría que son el Brahmán de los Upanishads, el Dios de las religiones, el humanismo puro o razón pura entrevistos entre las confusiones y ofuscaciones humanas. Por eso la plegaria pura de los Upanishads es un anhelo de luz pura, cuando suplica que de las apariencias de la vida, de su noche oscura, y de su muerte final, el Atman supremo nos conduzca a algo que es Realidad, Luz e Inmortalidad. 

 En dos versos sánscritos muy posteriores a los tiempos primeros de los Upanishads escuchamos la Plegaria que dice: “Que el hombre malo sea bueno, y que el hombre bueno tenga paz. Que en la paz se libere de sin lazos, y que el hombre libre dé libertad a otros”. Uno de los problemas educativos más importantes es el inducir a los que poseen más inteligencia, energía, constancia y otras virtudes, a que las empleen en buena voluntad para ayudar a los otros que no las poseen en tan alto grado; y no para fines egoístas, para dominar más o menos a los otros: el camino del hombre sobre la tierra va de lo finito a un Infinito donde no hay más ni menos, pues hay un Todo en el todo. Aunque el Brahmán de los Upanishads no puede expresarse en palabras, nos dejaron tres palabras que sugieren su más allá; SAT, CIT, ANANDA, Ser puro, Conciencia pura, Alegría pura. Según los Upanishads, el espacio y el tiempo son emanaciones de Brahmán cuyo ser es un más allá del espacio y del tiempo. ¿Por qué? Por la alegría de creación. ¿Por qué hay el mal? Por la alegría de superarlo con el bien. ¿Por qué hay la oscuridad? Para que la luz pueda brillar más intensa. ¿Por qué hay el dolor? Para hacer posible la alegría de superarlo, la alegría del sacrificio por amor. ¿Por qué la creación e infinita evolución del universo? Porque en el fondo todo es amor, y amor puro es pura alegría. 

 Entre los libros sagrados de la humanidad, los Upanishads bien pueden llamarle Himalayas del Alma. Sus apasionadas aventuras para descubrir y encontrar el sol de un Espíritu en nosotros, de quien tenemos la luz de nuestra conciencia y el fuego de nuestra vida; la grandeza de sus preguntas y la sublime sencillez de sus respuestas; su irradiante alegría cuando sienten la revelación de lo Supremo en su alma, y uno de sus poetas puede exclamar: “La luz del sol es la luz que es mía”; sus paradojas y contradicciones donde encontramos una verdad vital; sus sencillas narraciones donde con ejemplos concretos se explican las más altas verdades metafísicas con palabras claras como las de un niño; los resplandores de su visión que revelan la grandeza infinita de nuestro mundo interior; su gran variedad, pero dentro de una absoluta unidad en su sublime concepción de Brahmán; su fe ardiente y elevadora en el alma humana que es una con el Alma (el universo; su tolerancia de los Vedas, pero su interpretación espiritual, y por lo tanto simbólica, de todo ritual exterior, indicando así el verdadero camino de elevación espiritual a todos los hombres del porvenir; sus semillas de grandes ideas psicológicas y filosóficas; las vastas armonías que resuenan en sus palabras, su buen sentido y sabiduría espiritual que pueden satisfacer a diferentes temperamentos en su buscar el camino de la luz; sus imágenes y semejanzas de una gran sencillez que encontramos repetidas por santos y poetas que nunca conocieron los Upanishads, y así nos confirman la unidad de toda vida o visión espiritual; el esplendor de su Imaginación romántica que convierte a su creadores en hermanos de espíritu con los creadores de belleza de todos los tiempos y que nos enseñan como podemos convertir nuestra vida en una obra de belleza; todo ello es como una armonía de trompetas resonando una gloria de luz y de amor que, más allá de dudas y de la muerte, proclama la victoria de nuestra vida inmortal.



Extracto de:

LOS UPANISHADS





Descenso al Interior de la Tierra (V.I.T.R.I.O.L)



En los Antiguos Misterios, los candidatos eran conducidos a una pequeña y oscura estancia llamada la Cámara o Gabinete de Reflexión, dentro de la cual permanecían encerrados durante un período de tiempo indeterminado, y antes de entrar por primera vez en el Templo.
Al introducirse en ella se le dirigían  las siguientes palabras:

“Caballero, aquí es donde usted va a sufrir la primera prueba, que los antiguos iniciados llamaban la prueba de la Tierra"



A tal fin, es indispensable que se deshaga de tosa ilusión y para hacerse sensible materialmente a lo que debe ejecutar dentro de usted espiritualmente, le ruego me dé lo que lleva de valioso y particularmente, todos los objetos de metal, que simbolizan lo que reluce con brillo engañoso…


Ahora, Caballero, va a ser abandonado a usted mismo, en la soledad, el silencio y con esta débil luz. Los objetos y las imágenes que se ofrecen a su vista tienen un sentido simbólico y deben incitarlo a la meditación”.

Estas palabras son sumamente reveladoras acerca del significado de ese momento solemne de nuestra recepción.

Ellas nos advierten de la necesidad de purificarnos de todas las ilusiones, egos y vicios que conforman nuestra errónea “personalidad” y que hemos ido adquiriendo en nuestro contacto con las “tinieblas exteriores” del mundo profano.

Sin ese previo “despojamiento de los metales” – que crean una dura y gruesa costra alrededor de nuestro verdadero "SER" impidiendo que se manifieste- jamás podríamos recibir la influencia espiritual vehiculada por el rito y los símbolos de la Iniciación, impidiendo así la posibilidad salvífica del renacimiento, de volver a nacer en un mundo nuevo bañado por una luz mucho más transparente y sutil:

el mundo de las ideas y arquetipos emanados del Gran Arquitecto del Universo.

Pero lógicamente, nadie podrá hacer ese trabajo por nosotros, razón por la cual somos abandonados a nuestra suerte, recogidos en la soledad y el silencio, encerrados en fin, en nuestra particular Cámara de Reflexión y una vez allí “morir” a la condición profana.

Ese acto o gesto interno de negación y muerte a un mundo y a una personalidad ficticia se vive simbólicamente (lo que por cierto hace válida y real esa experiencia) como un “regreso al útero” materno o a la matriz de la tierra nutricia, es decir, a un plano de concentración extrema donde “reflexionamos”

sobre el sentido de nuestra existencia, sobre quién somos en verdad.

En realidad, la Cámara de Reflexión es lo mismo que el Athanor, “Huevo Filosófico” u horno alquímico, símbolos todos ellos de la conciencia Herméticamente cerrada a las influencias externas y en donde, amparados en la íntima y generativa oscuridad, se lleva a cabo un proceso de cocción, fermentación, destilación, sublimación y finalmente transmutación de lo espeso en lo sutil, de lo terrestre en lo celeste.

Este proceso, como sabemos, es el vivido por la semilla en su eclosión vertical hacia los espacios aéreos, o por el gusano de seda, que después de un tiempo encerrado en el capullo sale de él transmutado en mariposa, en un ser completamente otro, pasando de lo que repta a lo que vuela.

Esto que decimos está claramente ejemplificado por los diversos objetos, inscripciones e imágenes simbólicas presentes en la Cámara. Allí, depositados sobre una mesa, encontramos tres pequeños recipientes que contienen Azufre, Mercurio y Sal, los tres principios Herméticos que simbolizan el espíritu, el alma y el cuerpo, respectivamente, lo cual nos sugiere la idea de que la Gran Obra Iniciática incumbe al ser humano considerado en su totalidad y no tan sólo en un aspecto o modalidad de ésta; una jarra con agua y al lado un trozo de pan, símbolos del agua de vida y del alimento espiritual que restituyen el “recuerdo” y fortalecen al candidato después de sufrir la primera muerte Iniciática, expresada a su vez por el cráneo y las tibias cruzadas. Este es el estado que la Alquimia denomina NIGREDO, o “negro mas negro que el negro” que señala la descomposición de la personalidad egótica.

Pero esta descomposición o putrefacción contiene ya el germen de el nuevo nacimiento, anunciado por el gallo, ave emblemática del dios Hermes, y cuyo canto proferido en lo más profundo de la noche avisa sin embargo de la proximidad del día y de la luz del Sol nacida en el Oriente.

En este sentido, nos dice la tradición que “cuando todo parece perdido, es cuando todo será salvado”, pues después de descender, como Dante, a las profundidades del infierno, no queda más remedio que ascender por el eje que une la Tierra y el Cielo.

precisamente ese descenso y ese ascenso están sugeridos por las siglas V.I.T.R.I.O.L que aparecen grabadas en una de las negras paredes de la Cámara.

El significado de estas siglas alquímicas es bastante elocuente al respecto:

”Visita Interiora Terras Rectificatur Invenies Ocultum Lapidum”

(“Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta”.)

La rectificación de que se trata tiene que ver con el cambio de “orientación” que se va produciendo en nosotros conforme progresamos “…por las vías que nos han sido trazadas…”, es decir, por la vía sagrada de la Iniciación, lo que es simultáneo al despertar de nuestras potencialidades internas que nos conducirán a la obtención del Conocimiento, simbolizado por la Piedra Oculta (Filosofal) o Piedra Cúbica en punta del maestro masón.

Así, pues, sólo cuando el postulante sepa comprender –o asimilar en sí mismo- el mensaje de todos estos símbolos que se ofrecen a su meditación, habrá “superado satisfactoriamente la prueba de la Tierra, a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo” y estará, por tanto, preparado para llamar a las “Puertas del Templo”, lo que hace una vez que ha sido reducido a pura posibilidad de ser presta a recibir los efluvios emanados del resto de los elementos purificadores que determinarán su desarrollo y crecimiento interior: el Aire, el Agua y el Fuego.


Tomado del libro:

"Cosmogonia Masónica"
por: Siete Maestros Masones
Ed. Kier



La Gnosis y la Francmasonería




"La Gnosis, ha dicho el I.·. H.·. Albert Pike, es la esencia y el meollo de la Francmasonería". Por Gnosis, debemos entender aquí ese Conocimiento tradicional que constituye el fondo común de todas las iniciaciones, cuyas doctrinas y símbolos se han transmitido, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, a través de todas las Fraternidades secretas cuya extensa cadena jamás ha sido interrumpida. Toda doctrina esotérica puede únicamente transmitirse por medio de una iniciación y cada iniciación incluye necesariamente varias fases sucesivas, a las cuales corresponden otros tantos grados diferentes. Tales grados y fases pueden ser reducidos, en última instancia, siempre a tres; podemos considerar que marcan las tres edades del iniciado, o las tres épocas de su educación y caracterizarlas respectivamente con estas tres palabras: nacer, crecer, producir. A este respecto, el H\Oswald Wirth escribió: "La iniciación masónica tiene como objetivo luminar a los hombres, a fin de enseñarles a trabajar útilmente, en plena conformidad con las finalidades mismas de su existencia. 

Ahora bien, para iluminar a los hombres, en primer lugar se hace necesario liberarlos de todo lo que puede impedirles ver la Luz. Esto se logra sometiéndolos a ciertas purificaciones, destinadas a eliminar las escorias heterogéneas, causales de la opacidad de aquellas envolturas que sirven como cortezas protectoras del núcleo espiritual humano. Cuando las mismas se vuelven cristalinas, su perfecta transparencia deja penetrar los rayos de la Luz exterior hasta el centro consciente del iniciado. Todo su ser, entonces, se satura progresivamente, hasta llegar a convertirse en un Iluminado, en el sentido más elevado de la palabra, vale decir un Adepto, transformado ya en un foco irradiante de Luz. 

"Consecuentemente, la iniciación masónica conlleva tres fases distintas, consagradas sucesivamente al descubrimiento, a la asimilación y a la propagación de la Luz. Estas fases están representadas por los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro, que corresponden a la triple misión de los masones, que consiste en buscar primero, para poseer después y, finalmente, poder difundir la Luz. "

El número de estos grados es inamovible: no podría haber ni más ni menos que tres. La invención de los distintos sistemas llamados de altos grados descansa sobre un error, que llevó a confundir los grados iniciáticos, estrictamente limitados a tres, con los estados transitorios de la iniciación, cuya multiplicidad es necesariamente indefinida. "Los grados iniciáticos corresponden al triple programa perseguido por la iniciación masónica. Esotéricamente, aportan una solución a las tres cuestiones del enigma de la Esfinge: ¿de dónde provenimos? ¿qué somos? ¿a dónde vamos?, y con ello responden a todo cuanto puede interesar al hombre. Son inmutables en sus caracteres fundamentales y conforman en su trinidad un todo acabado, al que nada se puede quitar ni agregar: los grados de Aprendiz y de Compañero son los dos pilares que sostienen a la Maestría. "

En cuanto a los estados transitorios de la iniciación, ellos permiten al iniciado penetrar más o menos profundamente en el esoterismo de cada grado; de aquí resulta un número indefinido de maneras distintas de tomar posesión de los tres grados de Aprendiz, de Compañero y de Maestro. Puede poseerse sólo la forma exterior, la letra y no la comprensión; en Masonería, como en todas partes, hay, bajo este aspecto, muchos llamados y pocos elegidos, ya que solamente a los verdaderos iniciados les está dado aferrar el espíritu íntimo de los grados iniciáticos. No todos llegan, por otra parte, con igual éxito; muy a menudo apenas logran superar la ignorancia esotérica, sin marchar de manera decidida hacia el Conocimiento integral, hacia la Gnosis perfecta.

"Esta última, representada en la Masonería por la letra G\ de la Estrella Flamígera, se aplica simultáneamente al programa de búsqueda intelectual y de entrenamiento moral de los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro. Con el Aprendizaje, busca penetrar el misterio del origen de las cosas; con el Compañerismo, descubre el secreto de la naturaleza del hombre, y revela, con la Maestría, los arcanos del destino futuro de los seres. Enseña, además, al Aprendiz a potenciar al máximo sus propias fuerzas; muestra al Compañero como captar las fuerzas del medio ambiente y enseña al Maestro a regir soberanamente sobre la naturaleza obediente al cetro de su inteligencia. No hay que olvidar, en efecto, que la iniciación masónica se remonta al Gran Arte, al Arte Sacerdotal y Real de los antiguos iniciados" ( 1 ).

Sin querer entrar en la compleja cuestión de los orígenes históricos de la Masonería, recordaremos tan solo que la Masonería moderna, tal como se la conoce actualmente, deriva de una fusión parcial de los Rosa–Cruces, quienes habían conservado la doctrina gnóstica desde la edad media, con las antiguas corporaciones de Masones Constructores, cuyas herramientas, por lo demás, ya habían sido empleadas como símbolos por los filósofos herméticos, tal como puede verse, en particular, en una figura de Basilio Valentín ( 2 ). 

Pero, dejando por el momento de lado el punto de vista restringido del Gnosticismo, por nuestra parte haremos hincapié en el hecho de que la iniciación masónica, como toda iniciación, tiene como fin la conquista del Conocimiento integral, que es la Gnosis en el verdadero sentido de la palabra. Podemos decir que es este Conocimiento mismo lo que, hablando con propiedad, constituye realmente el secreto masónico y por esta razón dicho secreto resulta esencialmente incomunicable. Para concluir y a fin de evitar cualquier malentendido, agregaremos que, para nosotros, la Masonería no puede ni debe sujetarse a ninguna opinión filosófica particular, que ella no es más espiritualista que materialista, ni tampoco más deísta que atea o panteísta, en el sentido que habitualmente se atribuye a estas diversas denominaciones, puesto que ella debe ser pura y simplemente la Masonería. 

Cada uno de sus miembros, al entrar en el Templo, debe despojarse de su personalidad profana y hacer abstracción de cuanto sea extraño a los principios fundamentales de la Masonería, principios a cuyo alrededor todos debieran unirse para trabajar en común en la Gran Obra de la Construcción universal. 


Por el Q.·. H.·. 

RENE GUENON


Traducción: Franco Peregrino. 


NOTAS 

* Artículo publicado en "La Gnose", nº de marzo de 1910, con la firma de "Palingenius". (R) 

1 L'Initiation Maçonnique, artículo publicado en L'Initiation, 4º año, nº 4, enero de 1891. (R) 

2 Ver a este propósito Le Livre de l'Apprenti del H\ Oswald Wirth, págs. 24 a 29 de la nueva edición. (R) 



La Respuesta de Pitagoras


Cuéntase que después de haberse iniciado Pitágoras en los Misterio Egipcios, le preguntaron qué había visto en el Templo.

Y respondió: NADA

Muchos HH.·. recién iniciados se van de la Orden, porque en nuestros Talleres encuentran NADA, porque nuestro simbolismo no significa NADA, porque en la Masonería no se hace NADA y otros se quejan de que en las Logias se habla mucho de simbolismo y NADA más, que la Masonería es una institución para hacerse de amigos y NADA más, que a las tenidas viene uno a perder su tiempo y NADA más.

Hace ya más de veinte años que al filósofo existencialista Martín Heidegger, en una conferencia titulada ¿"Qué es Metafísica"?, se le preguntó lo que significa cuando uno dice: "NADA", y el contesto: "sólo eso y NADA más". No me propongo otra cosa sino preguntarme lo mismo con respecto a la Masonería.

Va al Taller porque no encontró NADA. ¿Y cómo es que no encontró NADA? ¿No encontró el Templo con su ara, sus columnas, su mobiliario y su decorado? ¿No encontró a sus HH.·. reunidos en Logia? ¿Y cómo es que dice que no encontró NADA y que el simbolismo no le dice NADA? Entonces encontró por lo menos el simbolismo. ¿Y cómo puede decir en una misma frase que en la Masonería no se hace NADA y en la Logia se habla mucho, NADA más?. Entonces se hace algo, aunque no sea más que hablar. Parece, pues, que lo de la NADA que se encuentra en la Masonería no hay que tomarlo tan al pie de la letra.

El neófito que entra en el Templo encuentra algo, pero no encuentra lo que busca, lo cual plantea toda una serie de preguntas:

1.- ¿Qué es lo que busca el profano que solicita ser iniciado? 
2.- ¿Que es lo que no le puede ofrecer la Masonería (la NADA que encuentra)? 
3.- ¿Qué es lo que le puede ofrecer la Masonería?
4.- ¿Qué es lo que encuentra el neófito al decir que no hay NADA?.

El presente trazado tiene por objeto contestar a estas cuatro preguntas:

1.- ¿Que busca el profano que solicita su iniciación?.

Puede devenir por una gran variedad de motivos, desde el más vil materialismo, el deseo de encontrar protectores o amigos para los negocios hasta el más elevado localismo humanitario. Lo más a menudo será una mezcla de todo y con frecuencia habrá un sentimiento de la propia imperfección y el deseo de hacerse mejor y más perfecto. No será raro tampoco que se espere encontrar en la Masonería un estimulo para hacerlo actuar a uno, para compensar la propia falta de actividad; ideas originales y extraordinarias que pongan en funcionamiento el pensamiento y la imaginación. Es uno de los problemas de la Masonería el que, por el propio secreto que impone a sus miembros, el profano llegue generalmente a sus puertas desprovisto de todo conocimiento realista, de lo que le espera y en cambio, lleno de ilusiones y esperanzas que van de lo simplemente inadecuado, a lo absurdo.

2.- ¿Qué es lo que no puede ofrecer la Masonería?.

La Masonería no está hecha a la medida de las ilusiones del neófito. Si éste ha esperado una renovación completa de su personalidad, en forma de una muestra gratuita ofrecida a todo el que entra, se ha equivocado. Le damos la luz, le damos las herramientas para trabajar y le enseñamos la piedra bruta. Lo demás es asunto suyo. Tiene que trabajar para recibir su salario y éste se le da según la cantidad y calidad de su trabajo. No podrá pedir que se lo regalen todo de una vez y sin hacer el menor esfuerzo. Entonces el neófito no halla lo que buscaba. El buscaba un medio cómodo para hacerse la vida más fácil y agradable, para sentirse importante a poca costa, para vivir en paz consigo mismo. Y como no halla lo que busca, dice que "no encontró NADA". Con ello expresa que todo lo demás que encuentra no le importa, que aquello es todo cuanto querrá y NADA más. Es como el niño a quien le niegan un dulce de a centavo y que a través de sus lagrimas ya no es capaz de ver el hermoso pastel que le ofrecen. Decir que en la Masonería no se hace NADA es otra manera de indicar que uno quería granjearse satisfacciones de amor propio a bajo costo.

Si en la Masonería ya se estuviera realizando una autentica obra humanitaria, podríamos participar en la gloria sin tener que tomarnos la molestia de planearla y ejecutarla nosotros. Si la Masonería fuera lo que quisieran los que se quejan de no encontrar NADA en ella, será el exacto equivalente de las múltiples sociedades de beneficencia cuyo principal objeto consiste en procurar que los retratos de sus miembros aparezcan periódicamente en la prensa con cualquier pretexto. Todas estas satisfacciones de amor propio, todos estos objetos de ilusiones y esperanzas irracionales la Masonería nos lo ofrece; de ahí que aquellos que no buscan más que esto, no encuentran NADA.

3.- ¿Qué puede ofrecer, entonces, la Masonería?.

Desde el punto de vista de estas personas, NADA: pues para ellas el trabajo, el estudio, no es NADA; y si no tienen la paciencia necesaria, nos dan la espalda. Cuanto más irreales e irracionales han sido sus esperanzas, tanto más tiempo necesitarán para hallar lo que ofrece la Masonería, trabajo, herramientas para ejecutarlo, el salario que sólo se consigue trabajando. El neófito tiene que aprender que en Masonería no hallará satisfacción alguna sino en razón de su propio trabajo. A través de su aprendizaje se dará cuenta de que si la Masonería le ofreciera sin trabajo las satisfacciones que buscaba, entonces sí podría decir que no es NADA. En la Masonería se come lo que se trae, el que viene con las manos vacías, esperando hallar todo ya preparado, se queda con hambre. Lo que pasa es que el hombre moderno tiene del trabajo un concepto muy distinto del que tenían las corporaciones de constructores de antaño. Para nosotros, o por lo menos para la mayoría de nosotros, el trabajo es esclavitud, actividad mecánica, impersonal, algo que se hace porque uno tiene que comer y sin trabajo no hay comida, algo que uno hace a regañadientes, esperando que el reloj marque la hora de salida; de allí buscamos el descanso, la diversión, las comodidades. Son pocos a quienes la suerte ha deparado un trabajo constructivo y son aún menos los capaces de buscar y hallar el descanso en una actividad creadora.

El constructor medieval no se preocupaba por ahorrar tiempo para terminar la catedral, sino que se detenía en los detalles, agregando una profusión de esculturas tan bellas como innecesarias para la arquitectura, simplemente porque sentía gusto en crear lo bello, aunque tardara siglos en la construcción de la obra o quedara inconclusa.

Nosotros ya no comprendemos fácilmente este placer en el trabajo. Queremos que el trabajo termine lo más pronto posible para poder dedicarnos a otras actividades en apariencia más placenteras. Necesitamos volver a descubrir la vocación artística del hombre, la única que le da plena satisfacción, o de servir de apéndice pensante de una maquinaria, sino de realizar un trabajo creador. Esto es lo que puede y lo que debería ofrecernos la Masonería. La última pregunta fue:

4.- ¿Qué es “NADA” que el neófito encuentra en el Templo?.

Toca la puerta se le abre y no encuentra NADA. ¿Qué es esta NADA? Ya dijimos que tomar la palabra en sentido estricto sería absurdo. Algo encuentra, y si lo presionamos un poco nos diría:"No hay NADA; sólo palabras, sólo rituales, solo símbolos, sólo ideas anticuadas”. Algo encuentra, pero no lo que buscaba. Y como lo que encuentra no es NADA en comparación con lo que buscaba, dice que no hay NADA. Pero esta NADA no es sólo un fenómeno negativo. En esta NADA hay como un germen de algo nuevo y grande. El H.·. que se va de la Logia, quejándose de no haber encontrado NADA, no se limita a decir eso. Se va disgustado, decepcionado. El encuentra que la NADA lo ha afectado en lo más hondo de su ser. Seguramente, pero halló precisamente su propio disgusto su propia decepción. Aunque se vaya de nosotros, su decepción lo sigue. Y aunque no lo confiese, no dejará de pensar de vez en cuando que, para hallar algo, se necesitan dos cosas: algo que esté ahí y alguien que sepa buscar. Y si no se halla NADA, no es siempre por falta de un objeto. Al lado del orgullo porque él no se dejó engañar, estará la constante inquietud acerca de qué habrán hallado los se quedaron y que él no supo hallar. Se ve puesto así frente a frente con su propia insuficiencia, con su propia NADA. Si quiere ser sincero consigo mismo, tiene que reconocer que donde no encontró NADA, es en él. Este es el punto donde empieza a germinar la idea masónica. Si el hermano llega a este punto, empieza a ser masón.

No es por casualidad que lo primero que ve el recipendario en su iniciación sea la cámara de reflexiones, con las imágenes de la muerte y del renacimiento. Tiene que reconocer que él no es NADA, y si no llega a la experiencia de la NADA, no habrá renacimiento ni será nunca masón de verdad. Pero tan pronto encuentra la NADA en sí mismo como su propia insuficiencia, se podrá dar cuenta también de que le ocurre con respecto a sí mismo lo que le ocurrió con la Masonería. Allí decía que no hallaba NADA y sin embargo, hallaba muchas cosas, menos aquellas naturalmente, que en sus ilusiones había esperado que encontraría. Entonces se impone un examen de conciencia, un estudio laborioso y sincero de lo que él realmente quiere. Pronto verá que sus ideales no son incompatibles con los de la Masonería, a condición de formularlos claramente.

¿Quiere ser rico?. La Masonería no se opone; antes al contrario, le facilitará contactos; pero eso sí, el dinero lo tiene que ganar él.

¿Quiere alcanzar fama? ¿Qué Logia se opondría que uno de sus miembros se hiciera célebre?. Le facilitará todas las oportunidades posibles, pero el trabajo lo tiene que hacer él.

Cualesquiera que sean los deseos ó ideales que tenga con tal que no vayan en detrimento de la Humanidad la Masonería con su espíritu amplio y abierto, le presta las herramientas y el apoyo de todos pero de ahí en adelante, ¡Manos a la obra!. 
Pitágoras, al salir del Templo Egipcio, no había visto NADA. Pero como Pitágoras era Pitágoras, no se contentó con irse decepcionado, echando pestes contra los misterios egipcios, sino que encontró la NADA en sí mismo, en sus deseos e ilusiones. Murió con sus ilusiones y renació con sus ideales a la verdadera luz de la sabiduría.

Y que la Masonería siga no siendo NADA a los ojos del iluso es la mejor prueba de su valor.


Publicado por el Q.·. H.·. 

"Cosmoxenus"

rey-salomon.blogspot.com


Masonería y Alquimia



MASONERIA Y ALQUIMIA

FRANCISCO ARIZA

En su importante obra Hermetismo y Masonería, y más concretamente en el capítulo II titulado "Tradición Hermética y Masonería", Federico González afirma que entre los amigos de la Filosofía Hermético-Alquí mica se suele decir que el último gran Alquimista (y escritor sobre estos temas) fue Ireneo Filaleto en el siglo XVII. Esto es bastante exacto desde una perspectiva, sólo que no se advierte con toda claridad que a partir de esa fecha no se interrumpe esta Tradición hasta el presente, sino que se transforma, y muchísimas de sus enseñanzas y símbolos pasan a la Masonería, como transmisora del Arte Real y la Ciencia Sagrada, tanto en los tres grados básicos como en la jerarquía de los altos grados.

Estas palabras señalan con toda claridad que la antigua Masonería fue la receptora, a lo largo de todo ese período llamado de "transición", a caballo entre los siglos XVI y XVII, de un importante simbolismo hermético-alquí mico, el cual va a ser decisivo para el surgimiento de la Masonería especulativa, la que se concretiza a comienzos del siglo XVIII. A partir de ese momento puede hablarse de un Hermetismo masónico que de alguna manera constituye el eje doctrinal que vertebra esa nueva Masonería, y que se conjuga perfectamente con la herencia de la antigua Masonería medieval, que continúa estando presente a través del importante simbolismo constructivo y las herramientas que le son inherentes, conservando también su forma y su estructura institucional a través de sus antiguos usos y costumbres.

Haciendo un paréntesis, debemos decir que las relaciones entre la Masonería y la Alquimia, o mejor la Tradición Hermético-Alquí mica, vienen de muy antiguo, más allá incluso de la Edad Media, época en que los masones constructores realizan sus grandes obras en piedra, tanto iglesias románicas como catedrales góticas, pero también obras civiles, como castillos, palacios, etc., y por supuesto comienzan a construir los grandes centros urbanos de acuerdo a una estructura que habían heredado de los Collegia fabrorum romanos, y que se continuaría durante el Renacimiento, estructura que obedecía en sus trazos esenciales a una imitación del modelo cósmico, el cual también estaba reflejado en la catedral y la planta románica, y que se conjugaba con otras tradiciones mucho más antiguas que se remontaban incluso a la prehistoria, a los constructores megalíticos, y por supuesto, y principalmente, a la otra gran herencia venida de Oriente: la de los constructores del Templo de Salomón, o Templo de Jerusalén, mostrándose así el vínculo con la tradición judía, y más especialmente con su esoterismo, es decir con la Cábala. Añadiremos en este sentido que el diseño del Templo de Salomón, o mejor su estructura interior, y la Idea que la configuró, se plasmará también en la catedral cristiana, y desde luego formará parte de la arquitectura occidental a lo largo de todo el Renacimiento como una imagen de la Ciudad Celeste, siendo a partir del siglo XVIII que esa estructura, y esa Idea, pasará a formar parte de la Logia masónica.

Tanto en la herencia venida de los Collegia fabrorum, como en la que procedía del Templo de Salomón estaba presente la Tradición Hermética, que es propiamente hablando la Tradición de Occidente, pues reúne en su cuerpo simbólico y doctrinal el legado sapiencial greco-egipcio y romano, que se concentró especialmente en la Alejandría de los primeros siglos de nuestra era, dando como fruto, entre otras obras importantes, el Corpus Hermeticum, conjunto de libros y textos inspirados directamente por la deidad que da nombre a esta Tradición: Hermes Trismegisto, el Thot egipcio. Ese legado se nutrió también de las corrientes gnósticas, tanto cristianas como judías, y de todo ese conjunto de enseñanzas sustentadas en la Magia Natural, la Astrología y la Alquimia propias de las tradiciones milenarias venidas tanto de Oriente Próximo como de toda la cuenca mediterránea, herederas en realidad de una Ciencia Sagrada y una Tradición Unánime que ha estado presente en todos los pueblos, culturas y civilizaciones del mundo entero desde tiempo inmemorial.

No debe pues resultar extraño que en muchas de esas edificaciones, tanto medievales como renacentistas y otras posteriores, que manifestaban de manera palpable la "Harmonia Mundi" a través de una verdadera Geometría filosofal, aparezcan grabados en la piedra y otros materiales un sin fin de símbolos que hacen alusión a la Alquimia y a las distintas fases de la Gran Obra de la transmutación interior, y por supuesto la presencia por doquier de un simbolismo astrológico-astronó mico que denotaba claramente el hecho de que los masones constructores y los alquimistas, astrólogos, magos y teúrgos realizaban su trabajo conjuntamente, pues en realidad todos ellos pertenecían a una misma "cadena áurea" que tiene en Hermes Trismegisto, Pitágoras y Platón sus "padres fundadores".

Precisamente esta noche queremos hablar de cómo efectivamente existe una clara correspondencia entre el simbolismo alquímico y el simbolismo masónico, sin entrar a desarrollar todo lo que el tema da de sí, que es desde luego muchísimo, sino tan sólo apuntar algunas ideas básicas que vienen dadas de forma natural con tan sólo meditar con cierta atención en el rico simbolismo alquímico y masónico. Evidentemente tampoco carecería de interés investigar cómo se gestó esa mutación que dio nacimiento a la Masonería moderna, cuáles fueron las influencias que, por ejemplo, sirvieron para que aquel o aquellos desconocidos autores masónicos del siglo XVIII elaboraran la leyenda de Hiram y el ritual del tercer grado tal cual ha llegado hasta nuestros días, que es esencial en toda la Masonería, pues no existe Rito que no tenga esa leyenda y ese ritual, aun con los matices y pequeñas diferencias que se quiera, formando parte de sus enseñanzas más elevadas y profundas.

En este sentido se ha señalado que el autor, o autores, de la leyenda de Hiram, tal cual se psicodramatiza en el ritual del tercer grado, es muy probable que se hubiera inspirado en una obra hermética del siglo XVII titulada Septimana Philosophica, del médico alquimista y rosacruz Michel Maier (autor asimismo de Atalanta Fugitiva, entre otras obras importantes) , escrita en forma de diálogo y cuyos interlocutores son el rey Salomón, Hiram y la reina de Saba1. En este contexto surge también la figura de Tubalcaín, que según los Old Charges, o Antiguos Deberes, fue el inventor de la metalurgia y uno de los fundadores míticos de la Masonería junto a su hermana Noemá (inventora del arte del tejido), y sus hermanos Jabal (inventor de la Geometría) y Jubal (inventor de la Música). Tubalcaín, que tiene también un papel relevante en el ritual del tercer grado, aparece como un antepasado de Hiram y perteneciente como él a una tradición antiquísima relacionada con el Arte metalúrgico, y por tanto con evidentes vinculaciones con la Alquimia, que utiliza justamente el simbolismo metalúrgico, y el fuego a él inherente como elemento activo y transformador de la materia, para ejemplificar los procesos de transmutación y purificación interior. Y no deja de ser interesante, además, que este antepasado de Hiram, Tubalcaín, aparezca en ciertos textos alquímicos también del siglo XVII teniendo en sus manos la escuadra y el compás, herramientas masónicas por excelencia, recordando así al Rebis hermético de Basilio Valentino y Juan Daniel Mylius, el cual sostiene también en sus manos estas dos herramientas.

En fin, como decimos es este un tema sumamente interesante y que a los masones les brinda la excelente oportunidad de conocer más en profundidad su Venerable Tradición, heredera de los Antiguos Misterios, y cuyo lema más importante es aquella sentencia que ya figuraba en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: "Conócete a ti mismo". Diremos que ese Conocimiento es gradual y necesita de una didáctica y una enseñanza que viene dada efectivamente a través del recorrido por los tres grados masónicos: aprendiz, compañero y maestro, los cuales sintetizan en realidad todos los grados iniciáticos, los llamados altos grados, que recogen también numerosas enseñanzas herméticas y alquímicas, y nos hacen ver que en realidad, y como dejábamos vislumbrar anteriormente, la Masonería actual forma parte integrante de la Tradición Hermética, y reproduce a través del desarrollo de todos sus grados las etapas de la Gran Obra Alquímica, análoga igualmente al proceso de creación del Cosmos, como más adelante veremos.

Por otro lado esta expresión, "Conócete a ti mismo", encierra todo el sentido de la Masonería como vía iniciática, palabra que como todos Uds. saben indica la aspiración en el hombre de emprender o iniciar el camino hacia la búsqueda de su verdadera identidad, de su auténtico "Yo", o como se dice en la tradición hindú, de su auténtico Sí Mismo. Para la Masonería el ser humano, en su estado ordinario, o "profano", no se conoce apenas, no sabe quién es en realidad, de tal manera que en ese estado vive una existencia completamente "exterior" a lo que es su verdadera Esencia, aquella que en la Masonería recibe el nombre de Gran Arquitecto del Universo. Recordemos que la palabra "profano" quiere decir "fuera del templo", aludiendo el templo a la "casa del Padre", es decir el lugar de nuestro origen, la tierra nutricia espiritual, la patria celeste, o la Logia de "lo Alto" de que se habla en la Masonería, que un día abandonamos porque sobrevino en nosotros el olvido, esa terrible enfermedad del alma que se cura invocando a la Memoria, a Mnemósyne, que los griegos consideraban una diosa.

A los que emprendían ese camino, el camino del autoconocimiento, antiguamente se les llamaba "peregrinos" , o "extranjeros" que viene a ser lo mismo, y recorrían los senderos del mundo y de la vida como un símbolo de su viaje interior hacia la "casa del Padre", siendo precisamente las etapas de ese viaje el proceso que iba señalando la recuperación de su memoria arquetípica. Esto que decimos no es una licencia más o menos poética, sino una realidad recurrente en la vida del hombre desde siempre y que se puede expresar como queramos, pero que tiene que ver con la asunción de un hecho incontestable: la fragilidad de la existencia humana, la percepción clara de que verdaderamente nuestro paso por la vida es justamente eso: un pasaje, un tránsito entre nuestro nacimiento y nuestra muerte, y es bajo la denominación de "pasantes" como también se denominaban antiguamente a los constructores que viajaban de ciudad en ciudad dejando en la piedra las huellas de su Arte Real.

De hecho, y si reparamos en ello con cierta atención, la existencia misma de cualquier cosa o ser tiene algo de ilusorio y de evanescente, que le viene de su propia "provisionalidad" , de "estar de paso", y así nos lo hacen ver las enseñanzas iniciáticas y esotéricas de cualquier tradición. Pero precisamente el darse cuenta de este hecho, con todo lo que significa, nos empuja a buscar el sentido de nuestra propia existencia, es decir su razón de ser, el principio del que ella depende y que evidentemente no ha de estar fuera de nosotros, pues si fuera así ni tan siquiera nos formularíamos la pregunta fundamental y con la que en realidad da comienzo la búsqueda hacia la verdadera identidad: ¿quién soy?

¡Oídme, poderosos liberadores! (exclama el neoplatónico Proclo a los dioses en su Himno IV). Concededme, por la comprensión de los libros divinos y disipando la tiniebla que me rodea, una luz pura y santa a fin de que pueda comprender con claridad al Dios incorruptible y también al hombre que yo soy.

Es innegable que la respuesta a esa pregunta sobre nuestra identidad tiene que venir a través de lo que Platón denomina la anamnesis, la "reminiscencia" , o sea "el recuerdo de sí", que puede irse dando poco a poco, o de una vez por todas, o combinando ambas experiencias, pues de hecho es así como ocurre en realidad, ya que la "revelación es coetánea con el tiempo", y esa posibilidad siempre viene dada por la gracia de Mnemósyne, y de sus hijas las Musas, las que inspiran en el "peregrino" su canto liberador y le hacen partícipe del misterio y la armonía del Cosmos. Cuenta Platón que el alma humana al venir a este mundo "olvida" cuál es su verdadero origen, y como consecuencia de ello queda encerrada en la "esfera sublunar", o mundo inferior, en donde vive como en un sueño con los ojos vendados a la verdadera realidad. A esto precisamente se refiere también Platón con el famoso mito de la caverna: todo lo que en ella acontece es un reflejo de una realidad más alta, de donde procede la luz que ilumina esa caverna, la cual es evidentemente una imagen simbólica de nuestro mundo, y en consecuencia de la existencia que llevamos dentro de él.

Pues bien, a despertar de ese sueño, a escapar de ese mundo y de esa existencia que no tiene en sí misma su realidad y su razón de ser, viene a socorrernos la Filosofía, la auténtica Filosofía, la que hace honor al significado verdadero de su nombre: "Amor a la Sabiduría". Ese amor, o esa filiación, es un estado de la conciencia propio del ser humano, y está en todos nosotros, sólo que como estamos completamente volcados hacia el exterior, hacia "fuera de nosotros mismos", no lo percibimos como algo propio y que nos pertenece por el hecho de haber nacido humanos, como lo único, en fin, que puede arrancarnos esa venda que nos cubre los ojos, y que es como un embeleso enraizado en el mundo de los sentidos, el "velo de Maya", la ilusión de lo relativo, lo impermanente y lo condicionado.

Amar la Sabiduría implica pues una aspiración denodada y sin tregua alguna hacia el Conocimiento, hacia la Gnosis, lo que supone pasar del exterior, o del mundo de las apariencias, hacia el interior, al mundo de la realidad. De la periferia de la rueda hacia su centro, que es precisamente el que da todo su sentido a la rueda y a su movimiento, vale decir a nuestra existencia en este mundo, que sin ese centro, sin su Esencia, no existiría. Ir del exterior hacia el interior, de la representació n a la realidad, supone efectivamente seguir un camino, una vía, un radio, y eso no es otra cosa que nuestra "recta intención", nuestro querer "ser", que es lo mismo que orientarnos "en la dirección que señala la luz", como se dice en lenguaje masónico. Se trata en definitiva de pasar de una lectura exterior de las cosas, del mundo y de nosotros mismos, a una lectura interior, más acorde con lo que constituye la razón de ser de esas mismas cosas, del mundo y de nosotros. "Leer interiormente" es lo que quiere decir precisamente la palabra inteligencia, que es, al igual que Mnemósyne (la Memoria), o la misma Sabiduría, el nombre de una diosa: la diosa Inteligencia, aquella que como dice Federico González en varios lugares de su obra, y más concretamente en Simbolismo y Arte (libro que tuvimos ocasión de presentar aquí mismo junto a otros miembros del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona), es una energía capaz de seleccionar los valores y ponerlos en su lugar creando un orden mental en oposición al caos de la ignorancia. De allí la importancia del modelo del Universo y su Orden Arquetípico, o sea de la doctrina y su encarnación puesto que es capaz de activar y generar el auxilio de esta deidad, la que siempre se manifiesta en el microcosmos como la comprensión inmediata, efectivizada en el corazón.2

Ese Amor a la Sabiduría es lo que se practica en los talleres masónicos, y hace de los hermanos masones verdaderos filósofos cuyo aprendizaje en el "recuerdo de sí", o sea en el reconocimiento de su identidad más verdadera y profunda, es constante y permanente, y les va dando una dimensión cada más amplia y universal de sí mismos, lo cual es inversamente proporcional al abandono de sus superficialidades, que son aquellos metales impuros, o aristas de la "piedra bruta" que con paciencia y perseverancia, dos virtudes muy alabadas por los alquimistas y masones de todos los tiempos, han de ser pulidas por las herramientas del mazo y el cincel, símbolos respectivos de la voluntad y la recta intención que la dirige y con la que se conjuga.

En el lenguaje de los símbolos (que los trovadores medievales llamaban "la lengua de oc" –languedoc– o el "lenguaje de los pájaros") el corazón es precisamente la sede de la inteligencia, no de la inteligencia racional, que según el mismo lenguaje simbólico estaría ubicada en el cerebro, y que es dual por naturaleza, sino de la inteligencia superior, o de la intuición intelectual, aquella que tiende hacia la síntesis por la reunión de los contrarios, y que es como un sexto sentido que tiene el hombre, el microcosmos, para "descubrir" esos otros estados más sutiles que están en nuestro interior, y que al igual que los radios de la rueda o de la circunferencia nos ponen en comunicación directa (o sea la "comprensión inmediata" de que habla Federico González) con nuestro verdadero "Yo", o Sí Mismo.

Pero en el "descubrimiento" de esa facultad superior inherente a la naturaleza humana es muy importante, en efecto, conocer el modelo del Universo, que nos habla de un Orden Arquetípico, de una Cosmogonía; y no sólo eso, sino que dicho conocimiento, para ser comprendido en toda su integridad, ha de "encarnarse" y vivirse como tal, es decir que ha de ser realmente transformador y operativo, y no una mera especulación teórica que por muchos "saberes" que acumule nunca podrá llevarnos más allá del umbral o de la periferia de la rueda, en ese punto donde realmente comienza el viaje hacia el centro de nuestro ser, el cual se vive, volvemos a repetir, como un retorno a la "casa del Padre".

Ese retorno tan sólo es posible a través de un Arte que la Masonería llama "Arte Real", idéntico a la Gran Obra alquímica, Obra que es la que el hombre puede realizar consigo mismo en su interior, y cuyo proceso creativo como dijimos al principio es análogo a la creación misma del Cosmos, ya que hay una identidad entre el hombre y el Universo, entre el microcosmos y el macrocosmos, de tal manera que existe una relación constante y permanente entre uno y otro, es decir que el conocimiento de sí se interrelaciona con el conocimiento del mundo, conformando ambos un todo unitario, "una sola y única cosa maravillosa" , verdadero objetivo de la Gran Obra, como dicen los textos herméticos según la fórmula de la Tabla de Esmeralda: "Lo que está arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está arriba, para hacer la maravilla de una cosa única". A esto alude sin duda alguna el conocido sello de Salomón, que como saben son dos triángulos entrelazados, siendo el uno el reflejo del otro.

Tú te crees una nada y es en ti en quien reside el mundo,

nos recuerda en este sentido René Guénon3 citando al filósofo Avicena.

Y así como el orden cósmico, el Mundo, según los relatos mitológicos de todas las tradiciones de la humanidad, surgió del caos de las tinieblas primigenias, también ese proceso interior que el hombre realiza consigo mismo surge a partir del "caos de nuestra ignorancia", como decía Federico González en la nota citada. Según la Alquimia, en ese "caos" están en potencia y sin desarrollar todas nuestras virtudes y cualidades, y es gracias al Arte de la transmutación que ese "caos" comienza poco a poco a ordenarse, es decir a actualizarse, recibiendo la luz de la Inteligencia, análoga al Fiat Lux ("Hágase la Luz") que iluminó las tinieblas precósmicas.

Por eso justamente la iniciación se concibe como una "iluminación" interior, y la expresión "dar a luz", que se refiere al nacimiento carnal, es exactamente lo mismo que "dar la luz", tal cual se realiza durante el rito de la iniciación masónica, y en cualquier iniciación al Conocimiento pues se trata de un arquetipo universal, con lo cual se establece una correspondencia entre el nacimiento físico y el nacimiento espiritual. La misma palabra "neófito" con que se designaba al recién iniciado en los antiguos Misterios de Eleusis, y también en la Alquimia y en la Masonería, quiere decir tanto "nueva planta" como "nuevo nacido". Y todo esto está vinculado con la propia palabra Conocimiento, que es realmente un "co-nacimiento" , un volver a nacer nuevamente. En este sentido cualquier conocimiento relacionado con estas ideas es sin duda alguna un nacimiento a una realidad otra, con lo que el campo de nuestra visión del mundo y de nosotros mismos se amplía y se hace más verdaderamente universal.

Por eso mismo no se ilumina, no se despierta o no se nace, sino a aquello que el ser ya posee dentro de sí, pues como dice también Platón: "Todo lo que el hombre aprende ya está en él". De ahí que la vía alquímica y masónica sea un proceso de estricta realización personal, y todos los medios o ayudas que vienen del exterior contribuyen de hecho a facilitar ese despertar y ese nacimiento, pero teniendo siempre en cuenta que son sólo ayudas, o soportes, o vehículos, para iniciar y comenzar ese proceso, y que incluso pueden servirnos durante un largo trayecto del camino, pero finalmente, y como se dice en los textos alquímicos, a "quien no comprende por sí mismo, nunca nadie podrá hacérselo comprender, hiciere lo que hiciere".

Los soportes más importantes, y podríamos decir prácticamente que los únicos, son los símbolos y la alta Enseñanza que se deriva de ellos, teniendo en cuenta que los símbolos iniciáticos han sido especialmente diseñados para cumplir esa función didáctica, y están "cargados", si se nos permite la expresión, de influjos espirituales, o, si se prefiere, de ideas-fuerza, que ellos mismos transmiten bajo sus formas y modos respectivos, y que convenientemente estimulados por nuestro estudio, meditación y concentración, nos comunican y nos hacen partícipes de su contenido, el cual una vez ha sido comprendido, lo incorporamos y hacemos plenamente nuestro, es decir que nos identificamos con la idea que revelan, o dicho de otra manera: devenimos esa idea misma, pues como dice Aristóteles, y confirman las experiencias de todos los que lo han vivido, y lo viven, "el ser es lo que conoce", es decir que hay una identidad entre ser y conocer: uno es lo que conoce. Por eso mismo es tan importante el conocimiento de ese Orden Arquetípico, que es la Cosmogonía, pues en la medida en que dicho conocimiento se hace en nosotros por su comprensión, y teniendo siempre presente las correspondencias y analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, nuestra conciencia se universaliza al aflorar en ella otros estados de una naturaleza mucho más sutil, y que hasta ese momento eran completamente desconocidos aun formando parte de nosotros mismos. Esa "floración" es lo que en el tantrismo hindú se denomina el "despertar de los chakras", palabra que quiere decir "ruedas", y que son efectivamente estados de nuestra conciencia que yacen dormidos hasta que son despertados por la energía espiritual (una de cuyas expresiones es la pasión por el Conocimiento) , a la que podemos relacionar con el azufre alquímico, fuerza divina que yace en el centro de nuestro ser, o también con el mazo y el cincel masónicos, cuya acción conjunta sobre la "piedra bruta" hacen posible la transformació n de ésta en piedra cúbica.

Ese despertar de los centros sutiles nos permite ir ascendiendo peldaño a peldaño, escalón tras escalón, por la "escala filosófica" que une la tierra con el cielo, hasta llegar a concebir, y en consecuencia vivir, la idea de la Unidad, del Sí Mismo, que constituye la "clave de bóveda" o "piedra angular", idéntica a la "piedra filosofal" de la Alquimia, de todo el Edificio Cósmico y por supuesto del ser humano, que vive así la plenitud de una existencia no circunscrita ya sólo a su individualidad, pues ésta ha sido trasmutada por la gradual identificació n con lo universal por medio de su conocimiento y la identidad con él.

Entonces aquella existencia que estaba sujeta a lo ilusorio y evanescente de que hablábamos más arriba, cobra aquí todo su sentido y pasa a ser el soporte permanente de esa transmutación, que es una sucesión constante de muertes y nacimientos, o dicho en lenguaje alquímico, de disoluciones y coagulaciones, que van "afinando" el "compuesto" humano hasta hacerlo "simple", o sea "no compuesto ni doble", semejante a una semilla o un germen, lo cual evoca claramente la parábola evangélica del "grano de mostaza" (Mateo XIII, 31-32): "Semejante es el Reino de los Cielos a un granito de mostaza, que tomándolo un hombre lo sembró en su campo; el cual es la más pequeña de todas las semillas, mas cuando se ha desarrollado es mayor que las hortalizas, y se hace un árbol, de modo que vienen las aves del cielo y anidan en sus ramas". O este otro texto de los libros sagrados de la India, que dice lo siguiente: "Este Âtmâ (el Gran Espíritu), que reside en el corazón, es más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo; este Âtmâ, que reside en el corazón, es también más grande que la tierra, más grande que la atmósfera, más grande que el cielo, más grande que todos los mundos en conjunto".

El grano de mostaza, como otros ejemplos semejantes, es evidentemente una imagen simbólica de la Unidad misma, que no tiene compuesto ni doble, por eso es la Unidad, y que en nuestro mundo aparece como lo más pequeño, pero que en sí misma es lo más grande, pues todo lo contiene, y al mismo tiempo está contenida en todo. De ahí el ejemplo de la semilla o germen, que es precisamente en lo que ha de convertirse el candidato a recibir la "luz" de la Inteligencia, para lo cual necesita purificarse de todo cuanto no es él mismo, es decir necesita pasar por la prueba de los elementos, que es otra herencia que la Masonería recibe de la Alquimia, y cuyo fin no es otro que llevarlo a un estado completamente receptivo a la "luz" de la Inteligencia.

En este sentido, es interesante señalar que los cuatro elementos alquímicos, más el quinto que es el éter o "quintaesencia" , tienen su correspondencia con el simbolismo constructivo, en concreto con las cuatro piedras de fundación situadas en las cuatro esquinas o ángulos de base de un edificio más la quinta piedra, la cual no está en el mismo plano o nivel de las otras cuatro sino que propiamente constituye el "quinto ángulo", o "piedra angular", situada en la sumidad del edificio, y desde la cual toda la construcción aparece como la "proyección" o "emanación" de esa misma piedra, es decir que la construcción en sí cobra realidad a partir de ella, de lo que realmente ésta significa como representació n de la Unidad metafísica. Y si esto es así en el simbolismo constructivo propio de la Masonería también lo es en el alquímico, en el que dicha construcción no es otra cosa que la que se realiza en el alma humana a base de transmutaciones y purificaciones constantes y permanentes hasta lograr su total identificació n con la Unidad que reside en el centro o "quintaesencia" de ella misma, y que es ella misma: "Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor", es también una máxima de la Tradición Unánime.

El "viaje" por los elementos que realiza el postulante a recibir la iniciación masónica se vive innumerables veces a lo largo de su vida. Podríamos decir que es toda la vida la que está involucrada en ello, pues dichos viajes se viven a distintos niveles de comprensión al no ser los elementos, desde el punto de vista alquímico, sino estados del Ser Universal, y por lo tanto del ser individual. Si tomamos el ejemplo del Arbol de la Vida cabalístico, vemos que en cada uno de sus cuatro planos: Asiah, Yetsirah, Beriah y Atsiluth (relacionados también con los cuatro elementos) existe un Arbol entero, al que hay que recorrer desde el comienzo hasta el final, lo que conforma un ciclo, acabado el cual comienza otro en la escala evolutiva de nuestra conciencia, que va así de la periferia al centro, es decir a la quintaesencia, a la Unidad, en sí misma y más allá de la cual cualquier idea de "viaje" o de "búsqueda" tal y como se consideraba hasta entonces carece ya de todo sentido.

Aquí tan sólo hablaremos del primero de esos viajes, y sin el cual no sería posible el resto. Este se realiza visitando el interior de la tierra, lo que en la Masonería se simboliza con la "Cámara de Reflexión", que es en todo semejante al athanor, un espacio "herméticamente cerrado" donde es introducido el aspirante para "despojarse de los metales impuros", lenguaje claramente alquímico que alude a esas "escorias" y superficialidades (los "egos" en lenguaje corriente) que impiden precisamente la "recepción de la luz". Allí, encerrado en su athanor, en la soledad más completa, el aspirante ha de encontrar su "piedra bruta", es decir su "materia prima", pues sin ésta es imposible la Gran Obra. O dicho de otra manera: ha de darse cuenta de que todo lo tiene que aprender de nuevo y que en consecuencia ha de morir a su estado anterior, o sea a no identificarse con lo más denso de uno mismo aprendiendo a "separar lo espeso de lo sutil", pues existe la promesa de una vida nueva, y que si ha llegado hasta ahí, hasta esa "Cámara de Reflexión" que es su propia alma recogida en una extrema concentración, es porque secretamente, sin apenas saberlo, está cumpliendo con su destino. En este punto dicen nuevamente los textos alquímicos:

Mi sobrenombre es Dragón. Soy el siervo fugitivo, y me han encerrado en una fosa para que luego se me recompense con la corona real y pueda enriquecer a mi familia... Mi alma y mi espíritu me abandonan... Que ellos no me dejen nunca luego, para que vea de nuevo la Luz del Día, y que este Héroe de la Paz que el mundo espera pueda salir de mí".

A todo ello aluden sin duda alguna los símbolos que se encuentran en la Cámara de Reflexión, todos destinados a hacernos precisamente "reflexionar" sobre su sentido profundo. Ahí encontramos, por ejemplo, al gallo, pájaro solar y de Hermes que anuncia la luz; a los tres principios alquímicos: azufre, mercurio y sal, es decir al principio activo, al pasivo, y la síntesis de ambos respectivamente; a la calavera que nos indica el estado en que nos encontramos y al mismo tiempo nos permite entender que en lo impermanente y lo fugitivo, como la vida misma que se nos escapa de entre las manos, existe una imagen de lo inmutable, de lo que permanece, es decir que esos huesos nos evocan una primordialidad y un origen incorruptible. Por eso mismo en las correspondencias entre el cosmos y el hombre los huesos están regidos por el planeta Saturno, el rey de la Edad de Oro, que es también el plomo, el más vil y denso de todos los metales pero en el que sin embargo está encerrado el oro, el más precioso y sutil de todos ellos. Y allí, en fin, encontramos las siglas alquímicas VITRIOL, o VITRIOLUM, las que dan pleno sentido a la Cámara de Reflexión: "Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta. Verdadera Medicina".

Visitar el interior de la tierra es hacerlo en uno mismo, buscar en nuestra memoria las señales que nos lleven al país de los antepasados, a nuestro linaje espiritual, como hace el maestro Hiram cuando va a buscar en el interior de la tierra, en el mundo subterráneo, a su antepasado Tubalcaín, según se relata en otras leyendas que revisten a Hiram con los rasgos de un héroe civilizador. Resuenan aquí las palabras de todos los iniciados de todos los tiempos: para ascender a lo más alto has de descender a lo más bajo, y este hecho se cumple indefinidas veces en el proceso iniciático, pues el recorrido por el eje que comunica los distintos planos del Ser universal, y del ser individual, se hace siempre en las dos direcciones: ascendente-descende nte:

Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo,

podemos leer en La Tabla de Esmeralda hermética, fundamento doctrinal y síntesis magistral de todas las labores alquímicas.

En realidad, la Piedra Oculta, la verdadera Medicina o elixir de inmortalidad de que se habla en las siglas VITRIOLUM, no es otra cosa que la obtención del Conocimiento, ya que como antes recordábamos, también se ha dicho que "Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor", es decir a la Unidad. El "premio", si es que hubiera alguno en este camino de enormes contrastes que realiza el peregrino hacia su patria de origen, no es otro que ese Conocimiento, al que algunos prefieren poner el nombre de Tradición Primordial, que es la Fuente de la que emana la Ciencia Sagrada o Filosofía Perenne de todos los tiempos y lugares. En este sentido, en un momento determinado de ese viaje, la Cámara de Reflexión pasa a ser otra Cámara: la Cámara del Medio, situada en la base el Eje del Mundo durante el rito de recepción al tercer grado, allí donde tienen lugar otros misterios que hacen referencia también a una muerte y a un nuevo nacimiento.

Esto nos hace recordar inevitablemente que cuando Dante, en su viaje al centro de la tierra, desciende al punto más bajo de ésta, "rectifica" inmediatamente el sentido de esa dirección y comienza a ascender por el eje del mundo, que es su propio eje interior, hacia la salida a la "Luz del Día", a la Realidad, abandonando el "reino de las sombras" al encuentro con su dama Beatriz, personificació n de la Sabiduría.

Y no quisiéramos terminar estas reflexiones que he querido compartir con todos vosotros sin citar nuevamente el libro Simbolismo y Arte, concretamente el capítulo titulado "Arte Alquímica", donde se dice lo siguiente:

Y de igual forma que todo nacimiento se resuelve en muerte y ésta es continuada por un renacimiento –cualquiera sea el punto de vista que se adopte puesto que la creación es perenne–, así estos estados se suceden en el ser, sujeto al espacio, el tiempo y la memoria. Por lo que el chamán vive en su proceso alquímico indefinidas defunciones y resurrecciones. (...) Sin embargo también debemos observar que de modo acorde en Alquimia se señalan diversas etapas significativas en el proceso general, que se realiza escalonadamente en la proyección temporal, las cuales están vinculadas con los ciclos que, si bien universalmente se suceden sin solución de continuidad, tienen un sentido claro en el subciclo de una existencia particular, donde la dimensión de una vida humana reconoce las tenues y sutiles señales de una transformació n, que por leve y difuminada que parezca se hace de pronto transparente y se arraiga profundamente en el corazón del athanor, o lo que es lo mismo, del alma humana, permitiéndole así al operario seguir desarrollándose para enfrentar nuevos trabajos de sus ciencia evolutiva, gracias a la intuición intelectual, directa, que no admite dudas ni demostraciones, pues de cara a la certeza resultan completamente innecesarias.

Se puede comprender, entonces, que este proceso del adepto –o el chamán, que ha recibido sucesivas iniciaciones, o comprendido distintos estados del Ser Universal– que va obteniendo para sí paulatinamente los colores de la Obra es una verdadera inmersión en el tiempo, ya que advierte la simultaneidad de todo lo posible (que se da merced a la proyección temporal, o sea, gradualmente) , y reconoce estados no humanos desde una perspectiva distinta, donde ve girar la rueda de los sucesos y fenómenos sin apego, tal cual el alquimista metálico observa de una manera imparcial las sustancias que combustionan –coagulan y se disuelven– en su athanor. En todo esto juega un papel decisivo la memoria, materia con que está tejido el tiempo y por lo tanto el hombre, ya que éste es tanto lo que conoce como lo que recuerda, y en todo caso si es algo en sí, lo es por su memoria: imprecisa y frágil substancia que cambia con los momentos y los días y constantemente se actualiza.4

NOTAS

Conferencia pronunciada el 20 de Enero de 2005 en la Biblioteca Arús de Barcelona.

Ver Arturo Reghini: Les Nombres Sacrés, dans la Tradition Pythagoricienne Maçonnique. Archè, Milano 1985. ( reseña).

Simbolismo y Arte, cap. II. Ed. Symbolos, Barcelona 1992. 2ª ed., Los Libros del Innombrable, Zaragoza 2004.

Mélanges, cap. VI. Gallimard, París 1976.

Simbolismo y Arte, cap. V, p. 87-88.