martes, 3 de enero de 2012

LA DOCTRINA SECRETA


CAPITULO IV del libro "LOS ARQUITECTOS"

(JOSEPH FORT NEWTON)


LA DOCTRINA SECRETA


“Dios nos ampara siempre contra las ideas prematuras”, dijo Emerson, y debería haber añadido que también la naturaleza, porque ésta guarda celosamente sus secretos hasta que el hombre es digno de que se le confíen, por temor de que, irreflexivamente, acabe consigo mismo. Quienes profundizan en los misterios de la naturaleza, no lo hacen porque la verdad sea una cosa lejana, sino porque, al seguir la disciplina de la investigación, se aprestan para encontrar la verdad y se hacen dignos de recibirla. 

Los grandes instructores de nuestra raza han creído que la verdad es un trofeo que hay que conquistar y no un don que se debe otorgar. Hay cosas que no se pueden ni deben decir a todo el mundo; porque la verdad nos confiere poderes que, si se utilizan mal, son dañinos. El mismo Jesús tenía un pequeño número de discípulos a los que confiaba sus secretos, hablando a los demás en parábolas misteriosas en las que velaba la verdad (Mateo, 13-10, 11). San Clemente de Alejandría cita en las Homilías unas palabras que indican cual fue el método de Cristo: “Y Nuestro Señor no dijo por mala voluntad que “Mi misterio es para mi y para los hijos de Mi casa” (Unwritten Sayings of our Lord, David Smith, VII). Las enseñanzas secretas de que habla el Maestro, han llegado a ser conocidas juntamente con las artes de la cultura espiritual, con el nombre de Doctrina secreta o Sabiduría Oculta. La tradición ha sostenido constantemente que, tras de los sistemas de fe aceptados por las masas, se ocultaban enseñanzas más profundas, de las que únicamente participaban quienes eran dignos de comprenderlas. 

La expresión externa de la doctrina secreta ha sufrido muchos cambios, valiéndose ora de unos símbolos, ora de otros; pero su doctrina fundamental se ha conservado intacta, lo cual no podía por menos de suceder, porque la mente humana llega siempre a las mismas conclusiones fundamentales. Por esta razón los que tienen ojos para ver no encuentran dificultad alguna en penetrar en los velos proteicos del lenguaje e identificar las verdades que ocultan; confirmando de este modo en el arcano de la fe la unidad de la mente humana y la unidad de la verdad, doctrinas descubiertas anteriormente en formas más primitivas. Hay quien opina que las verdades trascendentales no deben conservarse en secreto. Por esta razón no quiso iniciarse Demonax, quien decía que si los misterios fueran malos los combatiría, y que si fueran buenos, consideraría deber suyo proclamarlos. Esta objeción es, sin embargo, tan insensata como poco meditada, pues el secreto en tales asuntos es inherente a las verdades mismas y no patrimonio exclusivo de unos pocos elegidos. La única condición precisa para conocer las cosas elevadas es la capacidad personal. Quienes están capacitados descifran la doctrina secreta; pero es inútil que la verdad se pregone desde las azoteas si los que la escuchan no la comprenden. A pesar de que los Misterios Griegos eran ocultos nadie ignoraba su existencia, de forma que el vulgo sabía que podía aspirar a conocer una fe más inteligente que la suya, dependiendo la admisión en ellos únicamente del buen deseo de los aspirantes y de su voluntad por conocer la verdad. Recordemos que, cuando el discípulo está preparado, encuentra a su maestro, el cual le enseña la verdad que antes no podía conocer por falta de aptitud o de voluntad. 

Pero el misterio no tiene relación alguna con la mistificación ni con la costumbre de muchos de velar lo que debe aclararse. En esto estriba el motivo verdadero de resentimiento contra la Doctrina secreta y, es innegable, que no le falta razón a quien tal afirma. Por ejemplo, se dice que, desde que el hombre comenzó a buscar la verdad, existe una secreta fraternidad de iniciados, conocedores de la doctrina secreta, que guardan las elevadas verdades, infundiéndolas de un modo difuso en las religiones populares, pues consideran al resto de la raza demasiado obtuso para comprenderlas. Estos misteriosos sabios, supongamos que lo sean, contemplan a la humanidad ávida de aspiraciones como si fueran los pacientes maestros de una escuela idiota a la que permitieran vagar eternamente en busca de salida, mientras ellos se sentarían en un lugar apartado, guardando las claves de lo oculto (Entiéndese por ocultismo la creencia en que se pueden manejar ciertas clases de fuerzas que no son naturales, ni supranaturales, sino más bien preternaturales, para fines más o menos buenos. Algunos dan tal extensión a esta palabra que engloban en ella el misticismo y la vida espiritual; dándpla un significado insólito e ilegítimo, pues el ocultismo se esfuerza por conseguir, por lograr cosas, y el misticismo en dar, en entregarse. El primero es audaz y exclusivo; el otro, humilde y amplio, por lo cual no debemos confundirlos. - Mysticism, por E. Underhill, parte I, capítulo VII -), lo cual si fuera cierto, no dejaría de pasmarnos. Pero afortunadamente ésta es sólo una de tantas ficciones, con que los traficantes del misterio se entretienen a sí mismos, mientras engañan a los demás. No es de extrañar, pues, que los hombres sensatos hayan rechazado semejantes locuras con mezcla de compasión y de disgusto. Siempre han existido sabios en todos los países y épocas y, su sabiduría, ha tenido la unidad inherente a todo elevado pensamiento humano; pero es absurdo que haya existido una fraternidad de hombres sabios que, más o menos conscientemente, guardaran secretas verdades, que rehusaban dar a conocer a los demás humanos. 

En realidad, la llamada Doctrina Secreta no difiere ni un ápice de todo cuanto han enseñado abiertamente y sin secreto alguno por medio de palabras o velándolo en símbolos las almas más exquisitas de la raza. La diferencia estriba menos en lo que se enseña que en el método de enseñanza. No debemos olvidar tampoco que quienes llevaron a nuestra raza a las cimas más elevadas de la Visión, no aprendieron su doctrina en corrillo esotérico alguno, sino que, por el contrario, han sido hombres que han enseñado cantando lo que aprendieron por medio del dolor; iniciados en la verdad eterna, indudablemente; pero iniciados por la gracia de Dios y por el divino derecho del genio (Poco tiempo se malgastaría y no pocas confusiones se evitarían si tuviésemos presente este hecho obvio. Hasta el hermoso libro de Schuré Jesús, el último Iniciado - por no hablar de The Great Work y de la Mystic Masonry - es claramente erróneo. Lo mismo ocurre con la obra de Mills llamada Our Own Religión in Persia, en la que deliberadamente trata de demostrar la originalidad de toda la espiritualidad de la raza hebrea. ¿A qué religión nuestra se querrá referir Mills? ¿Será a la religión nuestra, a la única religión universal de la humanidad?. La diferencia existente entre la Biblia y los demás libros que tratan de Dios, de la Vida y de la Muerte, sitúa el genio hebreo en lugar tan preferente como al genio Griego en filosofía y su arte, y al romano, su poder de acción. Dejando aparte todas las teorías sobre la inspiración, es innegable que la Biblia es un libro sin par en la literatura de la humanidad). Videntes, sabios, místicos, santos, estos hombres son los que, habiendo buscado sinceramente, encontráronse con la realidad, y por eso su recuerdo es una especie de religión para todo ser humano. Algunos de ellos, por ejemplo, Pitágoras, se educaron en escuelas en que se enseñaba la Doctrina Secreta; pero otros, en cambio, hicieron solos el camino, y llegaron a las puertas de la Ciudad “conducidos por la esplendorosa visión”. 

Ahora se nos preguntará que por qué razón se da a tal doctrina el nombre de Secreta, cuando hubiera sido más adecuado aplicarle el calificativo de franca y libre. Por dos razones: la primera, porque en los tiempos primitivos los conocimientos innecesarios de toda clase eran peligrosos, y las verdades científicas y filosóficas, igualmente que las religiosas, que no estaban en boga entre la multitud, tuvieron que buscar la protección de la obscuridad. Si bien esta necesidad fue una oportuna ayuda para el astuto sacerdocio, no obstante ofreció el silencio que los pensadores y buscadores de la verdad necesitaban en aquellos tiempos lejanos. De aquí que se fundaran sistemas de enseñanza exotéricos y esotéricos, doquiera que el alma humana era espiritual, en los que se enseñaba la verdad a la luz del día u ocultamente. Los discípulos iban conociendo esta divina filosofía en iniciaciones graduales. Al neófito se le enseñaba por medio de símbolos, de obscuras parábolas y de un ritual dramático, fin y al cabo no eran más que sencillas doctrinas. 


La segunda razón es porque la doctrina oculta puede definirse como el secreto abierto del universo, porque las puertas del conocimiento están abiertas para todo el mundo, siendo la única condición necesaria para comprender determinadas enseñanzas el que el discípulo sea apto para ello. Lo que las hacía secretas no era una restricción arbitraria, sino únicamente la falta de intuición y de agudeza mental de la mayoría. Esto es tan verdadero hoy día como en la época de los Misterios, y seguirá siéndolo hasta que se acaben todos los seres mortales. La aptitud no se confiere; se adquiere. Sin ella las enseñanzas de los sabios parecen enigmas ininteligibles, cuando no contradictorios. La disciplina de la iniciación y su aplicación artística al drama y al símbolo, ayudó poderosamente a conseguir la pureza del alma y a despertar al espíritu, preparando a los hombres para recibir la verdad, pero jamás debió ir más allá. Por lo tanto, la Doctrina Secreta enseñada en los Misterios o en la Masonería moderna, es más bien una disciplina que una doctrina; es un método de cultura espiritual y, como tal, merece un lugar digno en las actividades humanas. 


Arturo Eduardo Waite es, quizás, el hombre más enterado del método y enseñanzas esotéricas. Simbolista, sino sacramentalista, estaba admirablemente dotado por su temperamento, su educación y su carácter para emprender con éxito semejantes estudios. Sus ocupaciones, que no le absorbían todo el tiempo, le permitieron con los años ir dominando la vasta literatura existente sobre estas materias, a cuyo estudio aportó su naturaleza religiosa, la precisión y pericia de un erudito, una seguridad y delicadeza de visión simpática y crítica, un alma de poeta y una paciencia tan inagotable como recompensada, cualidades que raramente se encuentran reunidas en una sola persona. Fecundo sin llegar a ser prolijo, escribe con gracia, facilidad y  lucidez, aunque, a veces, opulentamente, salpicaba sus obras con reflejos de las piedras preciosas de los antiguos alquimistas, de ancestrales liturgias, de remotas y obsesionantes fábulas, de secretas órdenes de iniciación y de otras recónditas fuentes, cuyo origen difícilmente se podría precisar. Sus páginas son monumentos de cultura serena y tolerante, y, si él es de los que cuando se enteran de que ha ocurrido un milagro en las cercanías, tiran por otra calle, es debido a que no necesita demostración externa de la verdad interna que él cree haber encontrado. 

Escribe Waite siempre con la convicción de que todos los grandes problemas derivan hacia el único que es verdaderamente grande: el hallazgo de aquella Verdad viviente que nos circunda por doquiera; y cree que toda la crítica erudita, el folklore y la filosofía no tienen utilidad alguna si no nos conducen al verdadero fin. Opina él que nuestra vida mortal es a modo de una eterna Búsqueda de esa Verdad viva, que toma múltiples formas y fases, aunque siempre es, en esencia, la misma aspiración. En su obra, trata de seguir los mil aspectos que toma la Búsqueda a través de la tradición, especialmente desde la era cristiana, desfigurada unas veces por la  superstición, y otras, por la intolerancia y el fanatismo; pero siempre conteniendo  secretamente la significación de la vida humana, desde el nacimiento del hombre, hasta su reunión con Dios al fin de la jornada. El resultado de este esfuerzo de Waite ha sido una serie de volúmenes de noble factura, escritos todos ellos con aspiraciones idénticas, únicos en su género por su valor y belleza incomparables (Hay quien opina que las mejores obras de Waite son las poéticas, contenidas en los dos volúmenes A Book of Mystery and Vision y Strange Houses of Sleep; en que se cantan con intensa emoción y preñados sentimientos la gloria del mundo y los encantos espirituales y sensitivos de la vida humana. Otros notables libros suyos son Steps to the Crown, Life of Saint-Martin y Studies in Mysticism). 

Allá por el año 1886, Waite publicó un estudio sobre los Mysteries of Magic, recopilación de las obras de Eliphas Levi, a quien Albert Pike debe más de lo que parece. Luego salió a luz la Real History of the Rosicrucians, en la que investiga cuáles fueron los hechos que originaron la fábula de esa fraternidad, cuya existencia ha sido tantas veces afirmada y negada. Como en todas sus obras, demuestra en ella su extraordinaria erudición y su excepcional experiencia en esta clase de investigaciones. Sobre el aspecto puramente cristiano de la Búsqueda, ha producido The Hidden Church of the Holy Graal, obra de extraordinaria belleza, de desconcertante valor, escrita en un estilo que no es el de nuestra época. Pero la Leyenda del Graal es tan sólo uno de los numerosos aspectos de la sagrada Búsqueda, que une los símbolos caballerescos con la fe cristiana. La masonería es otro de ellos; y creemos que nadie podrá superar la profundidad y la belleza de The Secret Tradition in Masonry de Waite, quien cree que la Masonería perpetúa los Misterios instituidos en la antigüedad. Su última obra The Secret Doctrina in Israel estudia el Zohar (Hasta la misma Enciclopedia Judía y eruditos tan versados como Zunz, Graetz, Luzzato, Jost y Munk salvan como pueden este galimatías, recordando la leyenda de los cuatro sabios “encerrados en el jardín”: el primero de los cuales miró en torno suyo y se murió; el segundo, perdió la razón; el tercero, trató de destruir el jardín, y sólo el último pudo escapar de él sin perder el juicio. Véanse The Cabala, de Pick, y The Kabbalah Unveiled, de Mac Gregor), o “Libro del Esplendor”, hazaña que ningún hebraísta se había atrevido a emprender. Esta Biblia del Cabalismo es tan confusa y desconcertante que sólo “un excelente basurero” tendría la paciencia de rebuscar sus gemas entre los montones de inmundicias, intentando ordenar un caos tan tremendo, pues hasta el mismo Waite sólo llega a vislumbrar el sol tras de la enmarañada selva de las múltiples imágenes. 

Ora la Búsqueda haya circundado el Cáliz de Cristo, ora se haya dirigido en pos de la Palabra Perdida, o haya buscado el proyecto que dejó inconcluso al morir el Maestro Arquitecto, siempre ha tenido de común lo siguiente : primero el recuerdo de una gran pérdida que ha sumido a la humanidad en el pecado, convirtiendo a nuestra raza en una hueste peregrina que busca sin reposar jamás; segundo, el indicio de que lo que se perdió existe todavía profundamente sepultado en algún sitio del mundo o del tiempo; tercero, la creencia de que ha de encontrarse por fin, restaurándose su gloria perdida; cuarto, la substitución de lo buscado por algo temporal que, sin embargo, no difiera de ello; quinto y aún más raro, el presentimiento de que lo perdido se encuentra al alcance de todas las manos oculto tras de numerosos velos. Lo cual es siempre lo mismo, a pesar de haber tomado múltiples formas, desde la del Judío Errante, hasta el viaje por el país de las hadas en busca del Pájaro Azul, símbolos todos ellos que representan la unidad de la raza humana y la identidad de sus necesidades, emblemas que nos dicen que los hombres deben buscar a Dios, “si en alguna manera palpando le hallan; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros; porque en él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos de los Apóstoles, XVII 26-28). 

¿Qué es, pues, esa Doctrina Secreta que todos buscamos y sobre la que ha escrito este famoso erudito tantas improvisaciones elocuentes y enfáticas?. Esa Doctrina Secreta es lo que todo el mundo busca: el conocimiento de Aquel cuya comprensión llena todas las necesidades humanas: la paternidad del alma con Dios; la vida de pureza, de honor, de piedad que exige tan elevada herencia; la unidad y fraternidad de la raza en cuanto a su destino y deber; y la creencia en que el alma es inmortal como su Padre Dios. Ahora bien, una cosa es aceptar esta doctrina como mera filosofía y otra muy distinta realizarla como experiencia de lo más íntimo del corazón. Nadie conoce la Doctrina Secreta hasta que ella se ha convertido en el secreto de su alma, en la realidad imperante en su pensamiento, en la inspiración de sus actos, en la forma, color y gloria de su vida. Venturosamente, ya no se oculta la verdad suprema como en los tiempos antiguos, lo cual es debido a que la inteligencia espiritual y el poder de la raza han progresado muchísimo. Además, si admitimos que el arte tiene la facultad de revelar y sorprender el espíritu fugaz de la Verdad, tendremos que admitir también que la Verdad representada en forma de drama es más vivida e impresionante, ya que fortifica la fe de los más fuertes e ilumina con un rayo de luz celeste el corazón entenebrecido de los fracasados. 

La Búsqueda no termina jamás, aunque algunos creemos que ya se ha encontrado la Palabra Perdida, de la única manera que puede encontrarse: en la vida de Aquel que fue “El Verbo encarnado” que vivió entre nosotros y cuya belleza y gracia todos conocemos. La Masonería es uno de los aspectos de la Búsqueda, y conserva la elevada tradicional doctrina de que los hombres deben unirse para ir en busca de lo único digno de ser hallado, con objeto de que cada cual pueda participar de la fe de los demás. La Masonería no tiene, aparte de sus ritos, misterio alguno que guardar, excepto el de todas las cosas sublimes y sencillas. Su gloria no se funda en ser oculta o secreta, sino por el contrario, en ser accesible a todo el mundo y en hacer hincapié en realidades tan necesarias al hombre como el aire y la luz natural. Su misterio es de un género tan alto que fácilmente pasa desapercibido; su secreto, demasiado sencillo, para que pueda encontrarse. 


Puede decirse que todas las Ordenes secretas no son otra cosa que la reminiscencia, o más bien, la supervivencia de la Casa de los Hombres de la sociedad primitiva, en la que se iniciaba a los hombres adultos en la ley secreta, en las leyendas, tradiciones y religión de su pueblo. Las recientes investigaciones han descubierto esta institución durante tanto tiempo oculta, demostrando que era el verdadero centro de la tribu, siendo la cámara del consejo, el lugar en que se legislaba y se celebraban las cortes y donde se guardaban los trofeos de guerra. No cabe duda de que la sociedad primitiva debió ser secreta, pues sino nos parece incomprensible. Todos los hombres eran iniciados. Los métodos de iniciación diferían según los lugares y épocas, pero, no obstante, guardaban entre sí cierta semejanza y tenían idénticos fines. Se exigían verdaderas ordalías, no sólo sometiendo a los candidatos a horrendas torturas físicas, sino también exponiéndolos a ser víctimas de espíritus invisibles, pues era necesario probar su virtud y su valor, antes de confiarles las doctrinas secretas de la tribu. Comprendían las ceremonias votos de castidad, de lealtad y de silencio y, casi universalmente, una representación mímica de la muerte y resurrección del novicio. Después de iniciarle en “la virilidad” se daba al iniciado un nuevo nombre y se le confiaba un lenguaje de signos, toques y señas. Sin duda alguna nuestros antepasados masónicos tuvieron en cuenta la idea de la necesidad de la iniciación, cuando afirmaron acertadamente que los orígenes de la Masonería se remontan a los primeros tiempos de la Historia. Sea como fuere, la Casa de los Hombres, con sus ritos iniciáticos y secretas enseñanzas, fue una de las grandes instituciones de la humanidad, actualmente perpetuada por la Masonería moderna. (Véase Primitive Secret Societics del Profesor Hutton Webster, si se quieren más detalles sobre la Casa de los Hombres primitiva). 


Extracto del libro "LOS ARQUITECTOS" 

del Q.·. H.·.  JOSEPH FORT NEWTON




3 comentarios:

  1. Total mente de acuerdo pero si no es con una buena guía de enseñanza no siento la posibilidad de llevar a cavo tan maravilloso legado, leo arto pero al final navego sin rumbo,,,es decir nací truncado sin posibilidad de educarme mas allá de mis propias posibilidades de autodidacta .
    atte.: Javier C de chile

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  2. habeces creo que la informacion oculta, es mera imaginacion del hombre, que busca esconder entre adornos y muchas palabras. planes individuales, recordando a la religion con sus inquisiciones, deseos de riqueza y poder, que se puede esperar de eso,
    lei el texto, y mañana lo volvere a leer, ya que en ocaciones me perdi.

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  3. Se respeta totalmente tu punto de vista, sin embargo eso no quiere decir que la comparta, te comento, el hecho de que ciertas enseñanzas sean OCULTAS (esto representa en si una ENSEÑANZA, por algo se utiliza la palabra OCULTA) no quiere decir que sea algo malo, algo de la "imaginación" ni nada por el estilo, simplemente esta "oculta" de el mundo profano debido a que lo profano no puede entender lo "sagrado", ya que estos son estados distintos de CONCIENCIA o del SER.... repito, la palabra OCULTA, representa en si una enseñanza...

    saludos, cualquier cosa y con toda confianza podemos platicar

    fiat_lux2009@hotmail.com

    Gerardo Garza .·.

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